Hace unos días os ofrecí el último capítulo de mi novela Páginas entre las Olas y el Viento . Hoy os ofrezco su inicio, el Capítulo Primero. Y si os agrada la temática puedo crear exclusivamente una bitácora en la cual podréis leer todos sus capítulos de principio a fin. De crear este nuevo blog, situaría su link de acceso directo en la barra lateral de esta bitácora, con lo cual con sólo pinchar su imagen saldríais directamente a la novela, que iría actualizando y publicando periódicamente por capítulos.
Quizá esta novela es por mí la más querida de todas las publicadas porque refleja buena parte de mi vida. Una incipiente vida que se inició en la década de los cuarenta, cuando España estaba sumida en un auténtico caos tanto en el aspecto social como en el político.
Para los que vivimos en aquellas fechas eso marcó de algún modo el resto de nuestras vidas. En esta novela he transcrito una parte del diario militar de campaña que perteneció a mi padre. En sí, es la columna vertebral de la narración, aunque sus textos van apareciendo a retazos en el último tercio de la obra.
Me acuerdo perfectamente que cuando publiqué en mi otro blog uno de los capítulos que viene aquí incluído, mi querida amiga Elena tras leerlo, me escribió uno de los más hermosos y sentidos comentarios que me han hecho en mi vida, ya que leyéndolo se puso en la piel de un niño y en la de su padre.
Y aquel niño era yo.
Aquel niño al llegar a su madurez, recopiló una parte de su vida y mezclando sus propias vivencias y recuerdos, estructuró un relato y le dio forma permitiendo que en el transcurso de la novela, otro actor intervenga en la trama argumental. Pero ese ya no soy yo.
Es mi protagonista
P.D. Debido a que en estos días festivos no voy a tener demasiadas horas libres para publicar nuevas entradas, subo este extenso post con la idea que tengáis el suficiente tiempo para leerlo aunque sea de un día para otro. Tomadlo como un pobre pero sincero regalo de Navidad para los que tenéis la paciencia de soportar mis letras y tiempo para leerlas. Al final de este Primer Capítulo os ofrezco mi particular postal de Navidad. Va destinada a todos vosotros con mis mejores deseos.
Sed Felices
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PÁGINAS ENTRE LAS OLAS Y EL VIENTO
Capítulo I
Obra inscrita con el Asiento Registral nº
16/2003/1751
Registro Territorial de la Propiedad
Intelectual de la Comunidad de Madrid
Copyright
© 2004 José Luís de Valero.
Todos
los derechos reservados.
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Diluvia sobre Madrid. La recién
estrenada primavera se ha presentado como a desgana, destemplada y lluviosa. A
través de la ventana veo caer la lluvia incesantemente con monótona parsimonia,
empapando la tierra y dando vida a los cientos de plantas que Marina cuida y
mima con fervor materno, místico casi.
Mi lugar de trabajo se encuentra ubicado
en una planta baja cercana a la estación de Atocha. La habitación está
orientada hacia el sur, por lo que la luz diurna penetra a raudales a través de
la enrejada ventana que da a un pequeño jardín en esta época cuajado de rosas y
aromatizado con mil fragancias. Los efluvios del agua sobre la tierra
despiertan mis aletargados sentidos hibernados durante meses.
Cierro los ojos aspirando el
tibio aroma que desprende la húmeda tierra recién bautizada por la lluvia.
Quisiera abrazarme a ella, fundirme con ella, acogerme entre sus grumos al
igual que un niño se aferra al pecho materno en busca de cobijo y alimento.
Dormirme dentro de sus entrañas para no volverme a despertar jamás. Deseo ser
suyo para siempre.
Hasta el fin de los tiempos.
-Es la última vez que te aviso. La comida se te va a enfriar. Apaga ese
trasto y siéntate a la mesa de una puñetera vez.
-Sólo es cuestión de un momento. Ahora mismo voy.
-Tú y tus momentos...Siempre igual.
Marina me avisa con tiempo
suficiente para que me siente a la mesa a la hora de comer o cenar, pero yo
siempre me hago el sordo o bien le digo que sólo es cuestión de un momento,
hasta que cierre el párrafo o aquella frase que pude llevarme a la gloria. Pero
Marina no entiende de frases, Marina no entiende de glorias ni de los
estremecimientos anímicos que de vez en cuando le sacuden a uno el cuerpo
cuando cree haber cerrado un párrafo lapidario. A Marina tan sólo le importa
que no se me enfríe la sopa.
Desde el comedor se aprecia el fragor del tráfico rodado que penetra en
nuestra casa colándose de rondón en nuestras vidas y a veces obligándonos a
levantar la voz para ser oídos. Eso es parte del peaje que debemos pagar los
que vivimos en una zona más o menos céntrica de Madrid.
Cuando yo era niño no necesitaba alzar la voz para hablar con mi padre.
En aquellos años de posguerra apenas si pasaban por la calle una docena de
asmáticos coches impulsados por gasógeno. Mientras tanto la cercana estación de
Atocha casi siempre ruidosa, se hallaba envuelta y camuflada entre las volutas
de humo que desprendían las locomotoras que entraban o salían de la ciudad con
destino a puntos para mí, mágicos y remotos.
Los domingos por la mañana mi padre me llevaba de paseo al Retiro,
compraba el periódico para él, una bolsa de cacahuetes para mí y después de
visitar la jaula de los monos que se zampaban la mitad del contenido de la
bolsa, bajábamos hacia Atocha para efectuar una parada técnica en la barra de
la cantina situada en los andenes de la estación.
-Ponme un vermú con aceitunas y para el chico una gaseosa.
Higinio era el cantinero mayor de la terminal de Atocha y también era
un guarro. El mandil que lucía no había conocido el jabón Lagarto en la vida ni
creo que con el tiempo llegara a conocerlo jamás; pero el Higinio era un buen
hombre y además de amigo de mi padre, era un estraperlista que traficaba con
toda clase de productos que arribaban por vía férrea tanto a la estación de
Atocha como a la de Príncipe Pío.
El cantinero se inclinaba sobre la barra del bar acercándose cuanto
podía a la oreja de mi padre susurrando consignas en plan confidencial e
intentando no levantar sospechas entre los miembros de la Policía Armada de
guardia en la estación y sobre todo, entre los inspectores de Abastos que
pululaban como buitres al final de los andenes a la caza de los que venían del
pueblo cargados con los víveres que abastecían bajo mano a la población de
Madrid, sujeta en aquellos tiempos de hambre a las cartillas de
racionamiento.
-Oye Pepe, que mañana me llegan unas cuantas cajas de farias de La
Coruña y medias de nylon de Barcelona. También algo de embutido y tabaco rubio
americano; te lo digo por si acaso.
-Vale Higinio, mañana te daré un toque. Pon otro vermú.
Mi padre nunca pagaba la consumición de los domingos ya que el Higinio
además de guarro era su socio y compinche en el estraperleo que ambos se
llevaban entre manos ante las mismas narices de los de Abastos, pájaros
carroñeros dispuestos a la requisa de alimentos que en su mayor parte
aprovisionaban las mesas de los más poderosos y adictos al Régimen.
-¿Qué vas a ser de mayor, José Luís?
-Maquinista de tren – respondía sin dudar.
-Cojonudo. Cuando seas mayor haremos negocios – se reía el Higinio,
guiñándome un ojo.
-Cuando éste sea mayor, espero que la situación haya cambiado y no
tenga que jugarse el pellejo por unas cajas de farias o por un saco de lentejas
– presumía mi padre – Además, el chico va a entrar a estudiar en los
Escolapios.
-¡Coño! ¿En un colegio de curas?
-Mismamente, como lo oyes. Cuando sea mayor quiero que vaya a la
Universidad y estudie Periodismo.
La planificación de mi futuro destino laboral me traía por la calle de
la amargura. Yo siempre soñaba que algún día empuñaría los mandos de una de
aquellas humeantes locomotoras estacionadas en Atocha rumbo a desconocidos
parajes, pero mi padre tenía una fijación casi enfermiza por la lectura devorando
en su escaso tiempo libre cuantas publicaciones caían en sus manos y esperando
con los años, ver su apellido impreso a pie de página.
Lo cierto era que mucho tiempo para leer no tenía. Todos los días se
levantaba a las seis de la mañana, se preparaba un bocadillo de mortadela y
salía zumbando hacia las cocheras de la compañía de tranvías donde trabajaba
como cobrador hasta las cinco de la tarde. A las cinco y media, merced a un
enchufe proporcionado por un jerifalte de Falange ya estaba en Cibeles echando
unas horas en Correos clasificando correspondencia en la sección de cartería
hasta las diez de la noche, que era cuando enfilaba a toda pastilla el Paseo
del Prado hasta llegar a casa echando los bofes.
Cuando mi padre entraba por la puerta procuraba no hacer ruido para no
despertarme, pero yo casi siempre le esperaba levantado para compartir con él
la cena que ya estaba fría y que nos había preparado la señora Remedios,
nuestra vecina del Primero A.
-A este chico le hace falta una madre, Pepe. ¡Ay Señor, Señor, qué pena
de vida! ...
-Mi hijo sabe cuidarse solo, Reme. Lo lleva en la sangre.
La señora Remedios hacía honor a su nombre. Era como nuestra ama de
llaves o hada madrina y siempre estaba pendiente de mi padre y de mí,
remediando en lo posible las carencias que se producen en una familia cuando
falta uno de sus miembros.
-Algún día yo faltaré y entonces no sé lo que será de ti, cariño mío –
sollozaba la tía Reme, que así la llamé siempre ya que por algo me había
acunado desde mi primer mes de vida - ¡Ay Señor, Señor, qué penita de
niño!
La comida del mediodía la hacía en casa de la Reme y mientras ella me
servía la sopa del cocido, los garbanzos y el repollo, desde la ventana del
comedor podía observar el ir y venir de las gentes cargadas con bultos y
maletas de madera, entrando o saliendo apresuradamente de la estación de Atocha
en busca de Dios sabe qué solución o destino.
A la menor ocasión me escapaba a sentarme en los bancos de la estación
para ver llegar los trenes y escudriñar las ennegrecidas caras de los
maquinistas y fogoneros cubiertos de hollín, que llegaban desde lejanas tierras
cargados con víveres destinados al estraperlo y rodeados por las fumarolas que
despedían las aullantes locomotoras de RENFE. También me complacía escrutar los
rostros de los viajeros que descendían de los vagones de madera que iban en
cabeza del convoy, o sea los de tercera clase que eran los que tragaban más
humo y donde más hacinada se encontraba la gente que una vez en el andén,
parecía haber surgido desde el fondo de una mina de carbón.
Los viajeros descendían del tren entre sorprendidos y asustados,
ajustándose la boina con una mano y con la otra atenazando firmemente la maleta
de cartón donde guardaban sus escasas pertenencias y algo de pan duro para
matar el hambre.
Entonces yo no lo sabía, pero se trataba de las primeras avanzadillas
de un ejército compuesto en su mayor parte de ex labriegos, de oprimidos, de
gentes sin tierra y también de un contingente de hombres, mujeres y niños
recién derrotados por una guerra fratricida que había convertido España en un
inmenso campo de concentración. Y para algunos de los viajeros que llegaban a
Madrid, Atocha era la estación término, el punto final o de inicio, según se
mire.
De Madrid
al cielo, reza la frase, pero Madrid era entonces el gran
rompeolas de las Españas y de los españoles qué, o se estrellaban contra su
suelo o se elevaban hacia las estrellas. Sin embargo la mayoría de los viajeros
que descendían de los vagones de tercera clase ignoraban que Madrid es un ser
vivo que palpita bajo los adoquines y las vías muertas de los tranvías, hoy
cubiertas por el asfalto. Y un ser vivo cobra peaje, precisa nutrirse aunque
sea de despojos de guerra y despojos humanos eran los que descendían de los trenes
que arribaban a la estación de Atocha en busca de un paliativo que pudiera
conducirles hacia una vida más digna.
Alguno de ellos, los menos, iniciarían con los años un ascenso que les
llevaría a conseguir un empleo de funcionario y un piso de alquiler en
cualquier calle del Madrid viejo. Los más, peregrinarían de pensión en pensión
o habitación con derecho a cocina y en busca de una obra para ofrecerse como
peones de albañil. Quizá con el paso del tiempo los unos y los otros podrían
comer caliente cada día, llevar a sus hijos a un colegio del Estado y con más
tiempo y una pizca de suerte dar la entrada para un piso, pero en el ínterin
Madrid les había pasado factura. Los más viejos murieron lejos de la tierra que
les vio nacer sin haber tenido tiempo de volver a percibir la fragancia de la
mies recién segada, ni podar la parra que dejaron abandonada a su suerte allá
en La Mancha.
A muchos de los recién llegados que hacían caso omiso a las ordenanzas
de la Inspección de Abastos, se les veía llegar cargados con cestas de mimbre
repletas de los más variados frutos del corral y de la huerta. Huevos, patatas
y las últimas frutas y verduras recién arrancadas, en revoltijo con
escandalosos pollos y gallinas que daban el cante avisando a los inspectores de
Abastos que había llegado la última hornada de gañanes desertores del arado.
-¡Alto ahí! ¿Dónde vas con esos pollos?
-Son para mi familia que vive aquí, en Madrid – musitaba el aludido,
boina en mano y con los ojos clavados en el pavimento sin atreverse a levantar
la vista.
-¿Y los huevos? ¿Y los chorizos? ¿Y el jamón?. ....
-También, señor guardia.
-¡Menos hostias palurdo, que yo no soy guardia! ¡Soy inspector de
Abastos! ¿Te enteras, gañán? Por ese saco lleno de pan blanco que llevas al
hombro, veo que mucho debe comer tu gente.
-Sí, señor inspector. Somos muchos a la mesa.
-Pues ya estás soltando la mercancía y date el piro antes que me
arrepienta – resoplaba el de Abastos con aire paternalista – Y da gracias que
no te enchirone por estraperlista. Largo de aquí, capullo.
Al inspector de Abastos de guardia en el andén le faltaba tiempo para
poner a buen recaudo la requisa efectuada al pueblerino, mientras calculaba
mentalmente cuántos duros podría sacarse por el lote en el Rastro o en el
mercado de Legazpi.
Párrafo aparte merecían los pasajeros y vagones de cola destinados a
los viajeros de segunda y primera clase. Vagones metálicos, coches-cama y
vagón-restaurante de compartimentos acolchados donde el viaje era una delicia y
no como el que sufrían los de tercera, apretujados en asientos de madera,
comiendo con la fiambrera sobre las rodillas y pringándose de aceite cuando
abrían una lata de sardinas.
Los viajeros que descendían de los vagones de primera clase o incluso
algunos que viajaban en segunda, cuando desfilaban hacia la salida miraban con
suficiencia por encima del hombro a los inspectores de Abastos, que ni se
atrevían a darles el alto e inspeccionar el contenido de aquellas lujosas
maletas de piel que cargaban los mozos de estación hasta la parada de taxis,
previo pago de una peseta por bulto. Los de primera clase eran intocables. En
invierno las mujeres se cubrían con abrigos de piel y ellos con traje de calle
cruzado y sombrero a juego, llevando casi siempre un cigarro habano en la boca
y oliendo a Varón Dandy. Y además a todos ellos se les suponía altos cargos
políticos o adictos al Movimiento.
Se les veía lustrosos y bien cebados, nada que ver con la marea humana
que intentaba por todos los medios escabullirse hacía la salida sin pasar por
la criba de los de Abastos, que alargaban el cuello como las jirafas para
distinguir en la distancia cuál de aquellos gañanes con traje de pana iba a ser
su próxima víctima.
-Pues el otro día a uno de esos cabrones de Abastos lo jodieron bien
jodido – se cachondeó el Higinio mientras le servía a mi padre un vermú de
propina y a mí una ración de patatas fritas – A estas horas estará sacándose
los piojos en Carabanchel. Que se joda, el muy cabrón.
-¿Y eso?
-¿A quién se le ocurre parar a un pasajero de primera clase y hacerle
abrir la maleta en el andén delante de toda la gente? El muy imbécil se fue a
topar con un gachó que pertenecía a la Guardia de Franco y le metió un puro,
que no veas.
-¿Y el facha no se identificó previamente?
-¡Quiá! El tío estaba sonriendo, más tieso que un palo.
-Coño, eso si que es raro. Esa gente tira rápidamente de documentación
para acojonarle a uno.
-Pues ese no lo hizo. Se esperó cruzado de brazos a que el gilipollas
de Abastos le revolviera la maleta y sacara todo su contenido.
-¿Y qué encontró?
-Ahí viene lo bueno. Cajetillas de tabaco, whisky americano, cajas de
condones, pelucas de mujer y montones de ropa interior y ligueros de esos que
usan las gachís en las casas de putas de altos vuelos. El tío, según me dijo el
asistente del coche-cama, venía de Tánger y durante el trayecto desde Alicante
había pillado una cogorza de esas de no te menees y tenía a todos los pasajeros
del vagón que no les cabía una paja por el culo. El menda se disfrazó de mujer
y le dio por entrar en todos los departamentos con una pistola en la liga,
enseñando cacha y cantando coplas de la Piquer a voz en grito. Cuando llegó a
la estación todavía le duraba la moña, por eso se reía como un cretino. Pinta
de marica sí tenía; ya sabes, de esos a quien les gusta exhibirse en público.
Cuando Higinio y mi padre hablaban de putas y maricones yo optaba por
mirar hacia el exterior de la estación, despistando como si hubiese oído algo
misterioso para mis sentidos, a pesar que las busconas de medio pelo sentaban
sus reales muy cerca de casa y entonces ya intuía el significado de sus
labores.
Prefería salir de la cantina y alimentar a las palomas y a los
gorriones que se lanzaban en picado sobre las migas de pan. En aquellos tiempos
hasta los pájaros se daban de hostias para llenarse el buche.
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Hoy
es domingo, he comprado el periódico, me he acercado hasta el Retiro y me he
sentado en el mismo lugar que lo hacía con mi padre en aquellos domingos grises
de los inviernos de posguerra.
El antiguo quiosco donde
mi viejo compraba la prensa dominical para él y el TBO para mí, ya no existe.
En su lugar se alza una construcción de aluminio y cristal anclada en la acera
con rótulos luminosos anunciando el New York Times, pero el quiosquero que hoy
me ha entregado el periódico sin mirarme ni tan siquiera dirigirme la palabra,
no se parece ni por el forro al señor Alfonso, madrileño de pro, erudito en
asuntos de prensa y conversador incansable con los clientes que se acercaban a
su quiosco en la década de los cuarenta.
El señor Alfonso
acostumbraba a entregarme el TBO acompañado de un pirulí de menta a modo de
obsequio dominical, y recuerdo que me lo pasaba en grande chupando
parsimoniosamente la piruleta mientras leía las viñetas de la Familia Ulises
que dibujaba Benejam o los tejemanejes que se traía Carpanta con tal de poder
comer caliente un día más.
La Familia Ulises venía
a ser la unidad familiar que en aquel tiempo yo hubiera deseado tener para mí;
papá, mamá, hermanos, una abuela, un perro y una casa donde todos se reunían a
la mesa y en la cual nunca faltaba el buen humor y una humeante sopera
acompañada de una fuente en la que lucía un hermoso y dorado ejemplar de pollo
asado. Para mí aquella familia era una utopía, un sueño inalcanzable impreso en
offset creado sin duda para ponerme los dientes largos y darle la vara a mi
padre con preguntas que apenas tenían respuesta.
-¿Algún día tendremos un
perro?
-Puede.
-¿De verdad hay familias
que todos los días comen pollo?
-Pocas.
Sin duda Carpanta era mi
héroe, lo más real y próximo a la situación existente en aquella época de
cartillas de racionamiento. El personaje creado por Escobar siempre tenía
hambre, un apetito visceral y congénito que le impulsaba a emprender las más
descabelladas acciones para conseguir aunque sólo fuera un mendrugo de pan que
llevarse a su desdentada boca.
Sin embargo al pobre
Carpanta casi siempre se le veía en la última viñeta sentado bajo el puente que
le servía de casa y con cara de mala leche. Invariablemente la historieta
acababa igual que comenzaba. Con hambre.
-¿El pobre Carpanta,
comerá algún día?
-Quizá.
¿Hay gente que vive
debajo de un puente?
-Fijo.
Cuando mi padre se
sentaba los domingos por la mañana en el banco del Retiro, liaba un cigarrillo
de picadura y se ponía a leer las últimas noticias entonces era poco menos que
sordo aunque siempre contestaba a mis preguntas sin dejar de hojear el
periódico. Yo mientras tanto compartía mis cacahuetes con un mono de cara
triste y expresiva mirada que me extendía una mano suplicante con gesto
parecido al de Carpanta, aunque aquel mico era más listo y a poco que me
descuidase me arrebataba la bolsa de cacahuetes y salía que perdía el rabo
hacía el fondo de su apestosa jaula.
La antigua Casa de
Fieras del Retiro no hacía honor a su nombre.
Aquellas insalubres
instalaciones despedían un hedor insoportable y a los animales se les veía como
ausentes, abatidos, quizá recordando sus finiquitados tiempos de libertad
trotando por la sabana africana. No eran fieras. Eran reclusos.
Recuerdo a un viejo,
solitario y asmático león que tosía igual que las personas, casi como lo hacía
mi padre al levantarse por las mañanas. A veces su nostálgica mirada se clavaba
en mis ojos dándome a entender su infortunio y el calvario que suponía su
prisión. Mi padre y aquel viejo león se parecían en algo; ambos tosían y sabían
lo que era permanecer tras una reja añorando su perdida libertad.
La primera imagen que
recuerdo de mi padre es la de un hombre barbudo tras las alambradas en un campo
de concentración cerca de El Escorial. Nuestra vecina la tía Reme, era hermana
de caído por Dios y por España y no le costó mucho conseguir un pase de visita
para que mi padre pudiera comprobar lo que yo había crecido en aquellos años
que él se pasó picando piedra, ayudando a construir en el Valle de los Caídos
el sueño funerario del Caudillo.
A pesar que tía Reme
venía de familia de derechas y de que su hermano la palmó en el Jarama
vistiendo la camisa azul de la Falange, ella era más republicana que Negrín y
odiaba profundamente todo lo que olía a fascismo pero sabía nadar y guardar la
ropa.
-Tú a lo tuyo, José
Luís. Si en el colegio los maestros te obligan a levantar el brazo y cantar el
Cara al Sol, pues eso, canta hasta que te quedes ronco. Lo importante es que
estudies y te hagas un hombre de bien como tu padre, que el pobre no tiene la
culpa de haber perdido la guerra.
-¿Y por qué se perdió la
guerra, Reme?
-Porque éramos pocos y
mal avenidos. Anda, cómete la sopa.
-¿Y mi madre, también
perdió la guerra?
-No, cariño mío. Tú
pobre madre perdió la vida.
-¿Y por qué la perdió?
-Ya lo sabrás cuando
seas mayor. Ahora come y no preguntes.
Cuando un año después
concedieron la libertad a mi padre, la Reme y su marido el tío Paco que también
era un viejo republicano camuflado que se hacía pasar por falangista, se las
ingeniaron para conseguir un puesto de trabajo para mi padre y una beca de
estudios para mí en el colegio de los Escolapios.
-Si los curas te
preguntan qué quieres ser de mayor, tú les dices que quieres estudiar para ser
sacerdote – dijo mi padre, mientras tía Reme me planchaba la bata rayada del
uniforme escolar.
-Y acuérdate de lo que
te dije – me recordó la Reme – Canta el Cara al Sol hasta desgañitarte.
-Y no te olvides de
poner cara de facha y rezar todo lo que te manden – terció el tío Paco, que de
eso sabía lo suyo.
-¿Y cómo se pone cara de
facha?
-Anda, cariño mío. Vete
a la cama que mañana es día de escuela.
Estoy en el mismo lugar
del Retiro en el que mi padre acostumbraba a leer el periódico, aunque no
sentado en el mismo banco. El que yo recuerdo era un tosco asiento de madera
comido por el sol y la lluvia, marcado a navaja con corazones, fechas y nombres
grabados en su rajada superficie. Ahora en el nuevo banco tan sólo se
distinguen inscripciones hechas en rojo, blanco y negro a golpe de spray en las
que no se aprecia fecha alguna ni existen nombres, ni hay corazones
entrelazados.
Toda la expresión
artística y amorosa de antaño parece haber sido transmutada a un simbolismo
gráfico con extraños caracteres y con otros no tan lejanos en el tiempo. La
esvástica fascista campea en color blanco junto a una pegatina roja con las
siglas de UGT llamando a la huelga general. Tampoco ahora las parejas buscan en
el Retiro un apartado rincón entre los árboles para darse un reconfortante
magreo como lo hacían las de antes, ojo avizor no fuera el caso que asomara el
guardia tras un matojo y les aguara la fiesta. Hoy en día las parejas
heterosexuales y también las que no lo son, se meten mano a mansalva tumbadas
sobre la hierba importándoles un carajo si alguien les está mirando o no.
Doña Filomena de Torres,
dama de honor de la Cofradía del Cristo de El Pardo y habitual meapilas de una
de las parroquias situadas en el barrio de Salamanca, observa la escena con ojo
crítico.
-Eso con Franco no
pasaba. Es una vergüenza – se queja.
Eso es cierto, con
Franco eso no pasaba. Entonces a la reprimida de doña Filomena le daba por
confesarse cada vez que se probaba frente al espejo unas bragas de encaje y se
le humedecía el sexo, pensando en lo cachondo que se iba a poner su marido
cuando la viera desvestirse en la penumbra del dormitorio con tan sólo la tenue
luz del baño como única luminaria.
Doña Concha Trujillo
amiga de doña Filomena, asidua ocupante del banco y vieja dama de lengua
viperina donde las haya, me comentó confidencialmente la vida y milagros de su
amiga del alma.
-Padre, perdóneme porque
he pecado – me dijo Doña Concha que musitó contrita la Filo a través de la rejilla –
He provocado lujuriosamente a mi marido.
Después y a
requerimiento del confesor amplió la información respecto al porqué, cómo,
cuándo y dónde se realizó la pecaminosa provocación y posterior cópula marital,
mientras en el interior del confesionario el cura no cesaba de revolverse
inquieto tamborileando nerviosamente sobre el misal y soltando en algún que
otro momento ahogados suspiros, no se sabe si de cristiana resignación o bien
inducidos por desconocida causa.
-Supongo que el acto
sexual lo habréis realizado como mandan los cánones de la Iglesia y pensando en la
procreación – indagaba el cura, preguntándose al mismo tiempo cuáles serían los
cánones para echar un buen polvo con la parienta al mismo tiempo que se la
dejaba embarazada. Ese apartado a él no le constaba haberlo estudiado en el seminario.
-Sí, padre. Yo estaba
vestida con el camisón largo y me quedaba quieta y sin hablar mientras mi
marido me hacía sus cosas entre las sábanas.
-¿Cosas? ¿Qué cosas?
Cuenta que te hacía, hija, cuenta – suplicaba anhelante el cura, no fuera caso
que el acto no se ajustase a los cánones.
-Bueno, pues usted ya
sabe. ....
-No, yo no sé nada. Para
eso estás tú aquí, para contármelo minuciosamente sin omitir ningún detalle –
le respondió el confesor, agitándose frenético tras la rejilla.
-Pues se ponía encima de
mí y en menos de lo que se tarda en contarlo ya había acabado y estaba
roncando.
-Detalles, quiero
detalles – insistía el cura.
-La tiene muy grande y
me hace cosquillas con el mete y saca.
-Vas bien, hija.
Continúa. ¿Y a ti te gusta eso del mete y saca?
-Pues sí. A veces me dan
ganas de gritar y morderle en el cuello.
-¿Y te has quedado
embarazada?
-No padre, yo no puedo
tener hijos. Soy estéril.
-¡Pues entonces dile a
tu marido que deje de hacer guarradas contigo entre las sábanas! – aulló el
cura, pensando en una solución digna para aquel desbarajuste matrimonial que no
se ajustaba a los cánones.
-Pero entonces mi marido
se irá con otra – objetó la Filomena.
-¡Pues que se vaya y
para él sea el castigo divino! Tú mientras tanto mantente casta y ven a verme a
la sacristía los primeros viernes de mes cuando acabe el rosario.
Según dicen las malas
lenguas del barrio de Salamanca, el marido de la Filomena se lió con una
corista de la compañía de la Celia Gámez y parece ser que al hombre le cambió
la cara e iba siempre por la calle con una sonrisa de oreja a oreja.
Mientras tanto la Filo acudía puntualmente
todos los primeros viernes de mes a la sacristía de la parroquia, hasta que un
buen día le dijo a su confesor que estaba embarazada y que se tenía que hacer
algo al respecto antes que se notara su estado de preñez.
-¿Pero no me dijiste que
eras estéril?
-Eso creía yo.
-De haber sabido de tu
encubierta fertilidad, habría utilizado condones, coño – se lamentó el cura –
En menudo follón me has metido, Filo.
Al día siguiente el cura
había liado los bártulos y solicitado licencia para ejercer como misionero en
el Congo. La Filo
se quedó compuesta y sin novio pero preñada y sin posibilidad de endilgarle la
barriga a su marido, ya que éste hacía seis meses que no hacía guarradas con
ella bajo las sábanas. Bastante tenía con satisfacer a la corista que a pesar
de querer un hijo suyo, no se quedaba preñada ni por asomo. Sin embargo la Filo tuvo un hijo que con el
tiempo se hizo jesuita. Sabido es que los médicos algunas veces se equivocan y
que la cabra siempre tira al monte.
He abandonado el banco
del Retiro con una bolsa de pan duro para repartirlo entre los patos que se
chapuzan en el estanque del Palacio de Cristal, dirigiéndome a paso lento hacia
la Glorieta de Atocha recordando con nostalgia aquel mico que casi siempre me
birlaba la bolsa de cacahuetes.
Desciendo con parsimonia
por la vieja y entrañable Cuesta de Moyano, recreándome en cada tenderete y
hojeando libros que luego no compro porque mi escaso presupuesto no da para
tanto. Ni más ni menos lo que le ocurría a mi padre cuando regateaba con el
librero para conseguir una edición clandestina.
-Oye, Pepe. Que tengo uno en la trastienda de Erich María Remarque editado en Buenos Aires, que es canela fina. Si quieres pasa y échale un vistazo pero te advierto que vale diez pesetas del ala.
-Que sean cinco y me lo
llevo – contestó mi viejo después de consultar el libro y contar la calderilla
disponible – Quiero que lo lea mi hijo y se empape de buena literatura.
-Siete con cincuenta y
es tuyo, pero te prevengo que si te pillan con él en la mano ni tú me conoces
ni yo te conozco.
-Pues vale.
Sin Novedad en el
Frente fue mi primer libro de cabecera y
leyendo página tras página una y otra vez, pude entender lo que significa la
guerra narrada por un soldado desde el bando perdedor y asimilar lo que
representa el concepto de camaradería y hermandad entre los seres humanos.
Conservo aquel libro
como oro en paño y de vez en cuando lo releo acariciando sus lomos, pretendiendo
que su tacto me transmita la fuerza que preciso para continuar escribiendo día
tras día,
grapándome el alma folio a folio rotulando hechos por mi vividos y
transcribiendo los monólogos interiores que hayan podido aflorar en mi mente a
lo largo de una efímera existencia.
Todavía es pronto para
ir a comer y sé que a Marina no le agrada verme zascandileando por casa
mientras ella aprovecha los domingos para dar un baldeo a las habitaciones,
regar las macetas y hacer la consabida paella dominguera. Marina trabaja toda
la semana como una burra pensando cómo llegar a fin de mes y seguir comiendo
decentemente, teniendo en cuenta que ella está a régimen severo de verduras
debido a su diabetes. Cada día tiene que pincharse tres veces y su organismo lo
acusa año tras año.
-Cuando vuelvas, pásate
antes por la farmacia de la estación de Atocha y me traes la insulina – me dijo
antes de salir – No te olvides de coger la receta. Y después no te entretengas
como siempre lo haces, sentado en la estación y soñando con las musarañas que
la insulina se calienta y luego tengo que echarla a la basura.
Cuando hoy me siento en
la estación de Atocha no sueño con las musarañas. Marina no sabe de mis sueños,
de mis recuerdos, de todo lo por mí vivido e imaginado en el interior de este
viejo recinto construido a golpe de ladrillo y hierro. La estación de Atocha es
hoy mudo notario y testigo de miles de historias de viajes, guardando entre sus
muros vivas resonancias de generaciones de viajeros que desfilaron por sus
andenes, hoy cubiertos por un enlosado marmóreo que como lápida en una tumba ha
sellado para siempre el gris y sucio empedrado de antaño.
Miro a mi alrededor y
compruebo que donde antes se hallaban las
ennegrecidas vías cubiertas de carbonilla y que morían en los topes
terminales, ahora se alza un inmenso bosque de palmeras y plantas naturales que
reciben a raudales la luz del sol merced a la nueva cubierta transparente
situada en lo más alto de la marquesina.
Todo el recinto
resplandece tanto de día como por la noche, igual que la novia engalanada para
sus esponsales aguarda al novio para hacer de dos, uno. Y la estación de Atocha
y yo somos uno; es mi novia adorada desde que era un niño, perenne en el tiempo
a pesar del abandono al que estuvo sometida desde la llegada del último tren
que jamás volvió a partir hacia ningún destino.
Cierro los ojos y puedo
escuchar el pálpito de la antigua terminal, hoy convertida en uno de los más
importantes nudos de comunicaciones de España. Un nudo que el fanatismo
islamista intentó destruir el 11 de Marzo de 2004 segando cientos de vidas,
convirtiendo Madrid y a la estación de Atocha en mártires. Me da por pensar que
el bosque de árboles y palmeras bajo el cual reposo, se nutre de la misma
tierra abonada con la sangre de las víctimas de aquella infame masacre y
también con el sudor de los destripaterrones que hace más de medio siglo
llegaban a los andenes cargados de miseria, pero con la firme convicción de
hacer de Madrid su hogar y ser de Madrid sus hijos.
La cantina del Higinio
ya no existe y en el mismo lugar donde se encontraba la barra del bar y mi
padre se tomaba su vermú con aceitunas, hay ahora una impoluta farmacia donde
una dependienta de inmaculada bata y encantadora sonrisa me entrega un lote de
insulina que le servirá a Marina para hacer más llevadera su vida y la mía
propia, ya que sin ella no soy nadie. Sería como un niño perdido en el andén en
busca de su madre. Y en Marina hallé a la madre que nunca tuve, a la esposa y a
la amante.
Nada es igual a pesar
que el ayer puedo palparlo acariciando con la yema de mis dedos los mismos
ladrillos que me vieron trotar de niño, hoy día resplandecientes y liberados de
la pátina de hollín que los cubrió durante más de un siglo.
Y también palpo con
reverencia los gruesos remaches de las mismas columnas de hierro que se elevan
como águilas hacia las alturas, soportando el peso de una estructura convertida
por mí en leyenda viva, escenario de mis sueños y lugar de temporal reposo para
mis maltrechos huesos. Todo ello es como un acto de afirmación que me liga al
pasado, que a la postre es la savia con la cual se alimenta un presente que me
empuja diariamente a efectuar una comunión conmigo mismo a través del tiempo y
del espacio.
Antes de subir por las escaleras mecánicas que
le elevan a uno hasta el nivel de calle, observo con un último vistazo una
placa conmemorativa adosada al muro de la actual comisaría de policía.
La estación de Atocha se
vistió con sus mejores galas el 14 de Abril de 1992 y no había para menos.
“En presencia de su
Majestad D. Juan Carlos I se dio la salida al primer tren de Alta Velocidad
Española.”
Mi novia se había puesto
de largo,
Y
aquel día lloré de emoción.
…………………………………………………
Obra inscrita con el Asiento Registral nº 16/2003/1751
Obra inscrita con el Asiento Registral nº 16/2003/1751
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© 2004 José Luís de Valero.
Todos
los derechos reservados.
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FELIZ NAVIDAD GATUNA
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FELIZ NAVIDAD GATUNA por devalero
Un capitulo interesantisimo, en donde haces una veridica y realista situacion de nuestra posguerra.Lo mas importante es muy ameno y divertido.un abrazo.
ResponderEliminarQuerido Agustín, te felicito porque si te lo has leído de un tirón, es que sin duda eres un ávido lector. Y ese tipo de lectores, por desgracia no abundan.
EliminarDe nuevo te doy las gracias y creo que a medida que se vaya desarrollando la novela, te irás identificando tanto con el personaje como con lo que se vivió en aquella época y también en la presente.
Recibe un abrazo con sabor a Navidad,mi querido amigo
Un relato ameno pero cuando hay vida que palpita detrás es más duro de lo aparenta. He oído de historias parecidas que contaban mis suegros. Atocha va unida en parte a mi vida aunque no de la posguerra. Fue la primera estación de trenes que pise recién llegada a este país. Y forma parte de los andenes de mi vida. El otro día estuve viendo la jaula de los monos en el Retiro:-) Curiosamente hay mucha similitud en la vida de las personas. Yo soy hija de la Segunda Guerra Mundial, y mi padre también fue huérfano. Su madre murió nada más nacer. Otros lares, otros mundos pero las experiencias de dolor y las vivencias humanas son comunes a todos los hombres.
ResponderEliminarUn abrazo y Feliz Navidad
Estimada Katy
EliminarCreo que ambos tenemos muchos puntos en común. Yo también soy hijo de la Segunda Guerra Mundial, ya que nací en el 42. Y también como le ocurrió a tu padre, mi madre murió tras mi nacimiento. Por consiguiente es un factor decisivo en la vida de un niño que intenta abrirse paso en la vida a como dé lugar.
De ahí esta novela en la cual se mezclan recuerdos, vivencias propias y otras que no lo son tanto puesto que como indico en la presentación, pertenecen al protagonista de esta novela: Unas veces soy yo quien escribe y otras mi doble,aunque siempre es mi pluma y mi mente quien procesa los datos. Pero siempre basándome en hechos reales que me fueron narrados por terceras personas, con lo que el global de la narración puede considerarse cien por cien verídico, excepto el capítulo final ya que a mí todavía no me ha dado por suicidarme lanzándome al mar por un acantilado de Finisterre.
Un cordial abrazo, gracias por leerme y Feliz Navidad, estimada Katy.
Me lo estoy pasando muy bien, si sigues publicando seguiré absorta entre esas letras que aquí son negro sobre azul.
ResponderEliminarHe dejado de leer un momento para preguntarte ¿Vermut de grifo?
Yo nací un poco después de tus cuitas, ya no había cartillas, ni estraperlo, se podía viajar sin ningún miedo a registros. Así que si bien conozco la historia de España, y las pequeñas historias que me han contado, mi abuela y un poco mi padre, me gusta leerlas bajo tu prisma y la mirada de un niño.
¡Espera! No vayas tan deprisa, ¿Tu no conociste a Pirulo?
Sobre la guerra como en todos los aspectos de la vida, hay dos puntos de vista. Una vez me dijeron que no era necesario que coincidieran los dos, que lo importante es que las personas pudieran entenderse sin estar de acuerdo.
Si la historieta del cura y la Filo es cierta, es muy cómica, si no lo es también.
Yo pude leer todos los libros que quisiera, mis padre leían mucho y no había censura. Ahora oigo comentar que algunos autores estaban prohibidos, en mi casa y en mi colegio no.
Bueno ahora respiro y luego con las ideas vacías, o limpias de polvo y paja, volveré a leer tu felicitación Navideña que promete, Ya te contaré.
Saltos y brincos
Querida Ester:
EliminarDe grifo. El vermmú que servía el guarro del Higinio en la estación de Atocha en aquel tiempo era siempre de grifo. No se conocía otro a excepción del que servían en los bares y restaurantes de cierto postín en los que ofrecían unos mini botellines de Vermout Cinzano, que costaban un huevo y la yema del otro. Pero eso era sólo para gentes de posibles.
No conocí a Pirulo porque mi padre sólo podía comprarme el TBO y gracias. Y en aquellos tiempos coincidieron los dos enunciados que indicas, pero con unas connotaciones totalmente opuestas: La salida de una guerra civil y la total disconformidad de los españoles que la habían perdido. Con la salvedad de que nadie se ponía de acuerdo, pero se libraban muy mucho de manifestarlo públicamente porque le enchironaban a uno a la mínima de cambio por rojo.
Y la historieta del cura y la Filo es totalmente cierta, si bien se la oí relatar a mi tía Reme cuando en unas vacaciones de regreso a España, yo era ya un adolescente. Pero su relato quedó grabado en mi memoria y lo utilicé como parte de la descripción de aquellos tiempos de represión sexual y falsa moral, a pesar que por mi condición de seminarista en Roma, estaba de vuelta de tales manejos eclesiásticos.
Y en efecto,el escritor alemán Erich María Remarque y su obra cumbre Sin Novedad en el Frente, como tantos otros escritores anti belicistas, estaban prohibidos por el Régimen y si te pillaban con una de sus publicaciones encima, te alojaban en Carabanchel por una temporada además de quitarte la cartilla de racionamiento y hacerte "tocar el piano", como se decía antiguamente cuando uno era fichado y le abrían una ficha con sus huellas dactilares.
Ya me contarás entonces si te ha gustado mi felicitación Navideña.
Saltos, Brincos y Cabriolas con sabor a turrón.
Te respondo a tu respuesta. El vermut de grifo o de regaliz me encanta, especialmente el de Reus y mucho más que el Zinzano.
ResponderEliminarPirulo era una institución y amigo de los niños que ya de mayores cuando el murió le hicieron un homenaje.
Los rojos y azules, en mi familia los había de todos los colores, dependiendo de cómo te habia ido la feria. El abuelo de mi madre escondía gente y luego la ayudaba a escapar y en una ocasión tuvo escondidos juntos a un miliciano y a un sacerdote y de estas tengo mas historias.
Y es una pena que por leer te pudieran meter en la cárcel. Yo ya te he dicho que pese a las habladurías tenia todos los libros que ahora dicen que estaban prohibidos.
Feliz Navidad ¿El perro y los gatos son tuyos? Porque en un lateral tienes a otro perro jugando con un cachorro. Y al perrito que tienes en brazos.
El árbol de navidad de tu felicitación, es un poco duro, no podemos pasarnos la vida lamentando todas las desgracias que nos rodean, podríamos o hacer algo o dejar de lamentarnos inútilmente.
El gato tiene muy mal carácter, no ha dejado a titere con cabeza, y yo estoy de su parte pero no puedo hacer nada.
Mira yo se que esto está muy jodido, personalmente ayudo en lo que puedo y un poco más. Soy feliz y no me avergüenzo por ello.
Te dejo un enlace y te deseo Toda la felicidad que puedas necesitar.
http://www.youtube.com/watch?v=lX5Ff3fboFc
Por partes. Pirulo tuvo que ser posterior a mis 9 años, que fue cuando me enviaron a Roma y desaparecí de la circulación en España. Por lo tanto no llegue a conocerlo.
EliminarLa perrita que tengo en mis brazos es mi Chispa. Ahora tiene 10 años.
El pedazo de perro que está jugando con un cachorro, no es mío y pertenece a un montaje con el que he hecho un gif animado. Y mi felicitación navideña con el árbol de Navidad podrá ser un poco duro según dices, pero es lo que hay. Y no es que me agrade resaltar la pobreza existente en España, pero de igual modo te vuelvo a decir, que es lo que hay hoy en día en este país de pandereta, y por lo tanto en mis momentos de alegría por la Navidad, ni quiero ni puedo obviar cuanto está ocurriendo con cientos de miles de personas que viven en la más completa miseria.
Es mi particular homenaje a todos los que en estas fechas tan sólo pueden poner una mísera e insignificante estrella sobre sus propios escombros.
Y sé que me comprendes.
Agradezco tus buenos deseos y te deseo lo propio. Luego veré el vídeo.
Sobre todo, Feliz Navidad y suerte para el próximo año.
Lo he vuelto a leer y casi te podría decir que me gustó más ahora, quizá porque aquella época de escasez y tristeza no esté tan lejos como nos pueda parecer, yo diría que algo muy parecido se atisba si aguzas la vista hacia el horizonte. Y no es que me guste lo que se ve, es que me avisa.
ResponderEliminarGracias por la felicitación, un poco "encabronada" pero felicitación al fin y al cabo.
Feliz Navidad para ti y los tuyos José Luis.
Querida Elena, celebro tu nuevo bis leyendo de nuevo este primer capítulo. A mi me ocurre lo mismo cuando retomo de nuevo la lectura de cualquier libro de Miguel Delibes o de Julio Verne, pongamos por caso. Y eso a pesar de haberlos leído más de una vez, pero algunos autores (entre los que no me incluyo)y sus obras apiladas en una biblioteca, son como el buen vino, que con el reposo durante años ganan en sabor.
EliminarPosiblemente mi felicitación navideña, esté un poco "encabronada", pero como anteriormente le he manifestado a Ester,es mi particular homenaje a todos los que en estas fechas tan sólo pueden poner una mísera e insignificante estrella sobre sus propios escombros.
Y sé que tú también me comprendes, porque ni siquiera en Navidad podemos ni debemos dejar de mirar atrás e inhibirnos de toda esa pobre gente que no sólo en estos días, si no también el resto del año, se encuentra con una mano delante y la otra atrás para cubrir sus propias vergüenzas a nivel social.
Yo al menos así lo creo y procedo según mi criterio me da a entender.
Te deseo toda la felicidad que puedas robarle a la vida.
Y disfruta de ella siempre que puedas. No sólo en Navidad.
Un beso, mi querida Elena.
Excelente La Prosa Y El ESTILO Querido Amigo Y Cardinale.
ResponderEliminar¡Una Verdadera GOZADA LEERTE!
Aunque Yo Nací Varios Años Después, Aún Guardo En La Memoria, Como ERa La Vida Cotidiana Y Sus Peculiaridades...
Recuerdo Unas Figuras Muy Acusadas, Como El "Colillero", Que Iba Recogiendo Colillas Por Todas Partes Y Luego, Clasificándolas Para LIAR Nuevos Cigarrillos, Que Vendía Por Unidades O Decenas...
Y La Radio O "Cascajo" Como La Llamábamos En Casa. ¿Sabes? Aún Conservo Mi CARTILLA DE RACIONAMIENTO INFANTIL, Según La Cual, Se Enumeraban Los Alimentos A Los Que Tenía DERECHO, "Cuando Los Hubiera", Como Cuatro Botes De Leche Condensada, AL MES Y No Recuerdo Si Un LItro De Leche Al Día... ¡Que Tiempos!
Por Cierto Que El Asunto De Los De Abastos,En Algún Caso, Acabó Muy Mal. Recuerdo Que Cuando Yo Andaba por Los Siete U Ocho Años A Uno De Ellos, Le Metieron Un Cargador En Las Tripas En Plena Calle...
Los Recuerdos Se Hacen Más Vivos A Medida Que El Tiempo Pasa ¿No Te Parece?
Yo Hasta Evoco OLORES.¿Puedes Creerlo?
Y Sobre Todo, REcuerdo A Mis Padres, SAcrificándose Siempre Para Que Ni A Mi Hermano Mayor Ni A Mí, Nos Faltase Nada Necesario...
Vencedores o Vencidos,Normales, Querido Jose Luis,-Salvo Los Jerifaltes de Siempre-, Pasaron, Juntos, "Más Hambre Que Un Maestro De Escuela", Que Se Decía Por Entonces...
REspecto A Tu FELICITACIÓN NAVIDEÑA, MUY GRACIOSA, Pero Un POCO ANTICIPADA ¿NO TE PARECE?
Pero Bien Venida Es, Con Alegría.
Yo Pondré La Mía Posiblemente A Partir Del Sábado,Día 22 Porque A LO Mejor,-Según Las PROFECÍAS CATASTROFISTAS- "SE ACABA EL MUNDO EL DÍA 21, FECHA DEL SOLSTICIO DE INVIERNO...
SEa Como Fuere,-Que No Creo Que Pase Nada-, Te REcomiendo Que Tengas En Casa, Aparte de COSAS NAVIDEÑAS, Otras "Provisiones de Boca Y Guerra" (Conservas, Leche, Agua y VELAS)...
No Te Canso Más Querido Amigo Y Maestro.
REcibe Un Fraternal Y Cariñoso Abrazo Y Transmite Mis REspetos A Tu "SANTA".
Cuidate Y Cuidala Mucho Y Si Puedes ¡Vaya Un Brindis Con AGUA DEL JORDÁN "EL GALILEO" Cosecha Del 33, Y Luego Un Copazo De Ron o de Orujo O De Lo Que SEa.
Felices FIESTAS En La MEDIDA DE LO POSIBLE
Y
¡¡RIAU RIAU!!
Mi querido Manuel, salut y força al canut, como se decía en aquellos tiempos de lucha por la supervivencia. Nuestra generación fue forjada a martillazo limpio sobre un yunque llamado España, y los que tuvimos la suerte de salir de la forja sin un rasguño, estamos vacunados de por vida.
EliminarNada ni nadie ha sido capaz de doblegarnos y mira que tanto la Iglesia como el Estado lo intentaron, pero fue inútil. Si yo volviese a nacer de nuevo, me gustaría hacerlo en las mismas circunstancias: con sangre, sudor y lágrimas. Y eso no es masoquismo como pudiera creerse. Simplemente es un método para resistir cuantos ataques se reciban en la vida diaria, y si luego esa vida la pasas a papel impreso sin omitir detalle, puede decirse sin lugar a duda que ya has cumplido tu misión.
Y escribiendo esta novela, creo haberla cumplido.
Respecto a los OLORES que tu evocas en el recuerdo, yo también tengo algunos: El olor a sardinas fritas y a repollo que subía por los patios de vecindad, el olor a sudor y humanidad que se desprendía de los labriegos que arribaban a la estación de Atocha, la insultante esencia de perfume francés que expelían las malas zorras afectas al Movimiento y el olor a tabaco negro que fumaba mi padre, una picadura de "cigarrillos al cuadrado", que era el nombre que figuraba en las cajetillas de Ideales.
Bueno, y respecto a mi felicitación navideña, he preferido lanzarla por anticipado no sea caso que antes de Nochebuena, un día de estos pille una moña y no sepa ni distinguir las letras del teclado. Aparte claro está, que si el día 21 se cumplen las profecías mayas, este jodido planeta junto con todos sus jodidos habitantes nos podemos ir a tomar por saco y hacer cósmicas puñetas.
Pero por si acaso el día 20 me voy a dar una ducha con Agua Mineral del Jordán marca El Galileo, cosecha del 33. Que eso es mano de santo para las brujerías, como ya te dije en su día.
Me despido de ti como empecé: Salut y força al canut y también con mi fraternal y eterno abrazo deseándote tanto a ti como a los tuyos una Feliz Navidad.
Y si el 21 nos envían a todos a hacer cósmicas puñetas, pues nos veremos en el Cielo o bien en el Infierno. Pero seguro que sea donde sea, nos echaremos unas risas.
Hasta siempre, Manuel.
Enhorabuena, José Luis: pienso que es un relato excelente.
ResponderEliminarYo conocí Atocha unos cuantos años más tarde (rondé más la del Norte porque me quedaba más cerca) pero todavía llegué a tiempo para ver ese ambiente que tan bien has retratado. Ese ambiente que se queda como un poso de historia aferrado a las paredes y que nunca se desprende del todo, aunque Príncipe Pío sea hoy un centro comercial como tantos otros y Atocha parezca un poco un invernadero para engalanar el AVE. Por ejemplo: Chamartín nunca tuvo "eso", no era una estación como Dios manda, sino un areopuerto para trenes.
Un cordial saludo y que disfrutes de estas fiestas todo lo que puedas.
Así es mi querido amigo Xibeliuss. Chamartín fue siempre y continúa siendo una estación impersonal, sin alma. No ocurrió lo mismo con la de Atocha ni con la Príncipe Pío, que ésta era una estación con un alma que bien pudiera considerarse como de hospitalaria, puesto que yo recuerde de allí partían los trenes cargados de enfermos y tullidos con destino a Lourdes.
EliminarComo bien dices existen lugares que se quedan impregnados de un invisible hálito de vida que no ha desaparecido a pesar del transcurrir del tiempo. Algo semejante ocurre en esa maravillosa zona de Sanabria que tan bien describes en tu bitácora. A veces si cierras los ojos y escuchas atentamente, todavía se puede oír el crujir de las carretas arrastradas por bueyes y vacas. Y quizá poniendo más atención, incluso se oiga la gaita y el tamboril del gaitero de Pedrazales, que según dicen los más viejos del lugar, nunca nadie sopló con más brío y sentimiento.
Ese el el poso de Historia al que te refieres. Una impalpable y deliciosa fragancia que dejaron todos los que allí estuvieron, vivieron y también murieron. Y esa fragancia es imperecedera. Llegó ahí para quedarse. Y los que hemos tenido la suerte de poderla disfrutar y poder transcribirla en un texto, somos unos privilegiados.
Mis cordiales saludos y te deseo una Feliz Navidad, estimado Xibeliuss.
Leyéndote, se me ocurre que Atocha fue y será siempre el corazón de Madrid, un lugar bullicioso donde comienzan y acaban muchas vidas, muchas historias de gentes que pasaron y por pasar, una estación con vida propia. Quizá es por lo que explicas del tupido jardín tropical cuyo microclima tanto agobia en los meses de calor, que puede que nazca de la sangre de tantos españoles, de los que llegaban cubiertos de hollín y de los que se fueron sin que sepamos aún cómo ni porqué.
ResponderEliminarMe encanta la literatura costumbrista, de modo que te doy un veinticatorce (como hubiera dicho mi abuela) ;).
Un abrazo con mis mejores deseos para tí y los tuyos para estas Navidades que se nos antojan tristes, hasta que alguien nos abre los hojos y nos hace ver que jamás hemos conocido la verdadera tristeza.
Querida Candela
EliminarComo bien sabes, la Estación de Atocha siempre marcó mi vida, tanto cuando era niño como de mayor. En su interior hallé la felicidad y la ensoñación, pero el 11 de Marzo de 2004 también me encontré con la muerte de dos de los míos.
Quizá este sea el peaje que tenemos que pagar los que nos quedamos a vivir en Madrid y del que hablo en mi novela. Madrid siempre cobra tributo porque Madrid es un ser vivo y nosotros sus inquilinos. Sin embargo la sangría del 11-M fue excesiva y por ello la Estación de Atocha conserva entre sus muros de ladrillo, el color rojo de la sangre allí vertida.
Gracias por tus buenos deseos para estas Navidades. Espero que se cumplan porque a cada año que pasa mi ánimo decae, ya que me es inevitable pensar que estas fiestas bien pudieran ser las últimas. Es ley de vida y ante dicha ley no cabe recurso alguno. Por eso cuando en Nochebuena y Fin de Año estamos todos reunidos en torno a la mesa y brindamos por el nuevo año, fijo la mirada en todos los míos intentando captar esa imagen para imprimirla en mi interior.
Ese será mi único equipaje cuando llegue la hora de subirme al último tren.
Un beso Candelita. Feliz Navidad.
Mi capitán, me has hecho vibrar...Tu niñez, que viene ser la mia con ligeros matices, me han retrotraido a un época que acerté a vivír con gran intensidad. Tu eras de la capital, pero yo acompañaba a mis primos con las ovejas y hasta hacia mis pinitos en la heras trillando las mies. Anhelaba la llegada del domingo para que mi tio Doro me llevara al estadio de Chamartin a ver al Madrid, mi pasión. Arreglo de pelo en la barberia del tio Ricardo, autobús y tirando pa Madrid. El autobús seguia hasta Juan de Austria, pero nosotos nos apeábamos en Cuatro Caminos, tomábams café de verdad -el resto de la semana tomábamos mala- simpre en la misma cafeteria y a renglón seguido, echando leches al estadio...Di Stefano, Rial, Gento, Marquitos, Zárraga, Muñoz o Alonso, me estaban esperando..
ResponderEliminarEs un magnifico relato y de buena calidad literaria. Ya estoy esperando el siguiente capitulo.
Mi querido e indestructible amigo Charneguet.
EliminarDe tu anterior comentario en el post PÁGINAS ENTRE LAS OLAS Y EL VIENTO", supongo que ya habrás leído mi contestación, redactada en parte mediante nuestro común idioma y jerga cuartelera-tabernaria, sólo apto para ser leído por mentes despejadas y abiertas a los cuatro puntos cardinales. Pero ahora estás escribiendo desde el fondo de tus entrañas y utilizas palabras explícitas que pueden ser comprendidas y asimiladas por todos cuantos transitan en esta celestial bitácora.
Quizá los más jóvenes que ahora puedan leernos no lleguen a captar toda la carga emocional que a veces destilan nuestros escritos, basados en hechos reales que se produjeron hace la friolera de sesenta años. Pero lo que es innegable que cuando se escriben y después los leemos antes de subirlos a nuestros respectivos blogs, tal acción viene a ser una especie de testamento escrito que lanzamos a la blogosfera por si alguien desea recogerlo, leerlo, analizarlo y extraer de lo escrito un ápice de comprensión hacia los que siendo niños, tuvimos que vivir rodeados de tinieblas, en ocasiones de hambre tanto física como intelectual, de carencias afectivas y bajo un férreo dominio de condicionamientos morales que de alguna forma marcaron para siempre nuestras vidas.
Que nunca se diga que nuestra vieja y caduca generación ocultó sus sinsabores permutándolos por victorias o parabienes, que a pesar que éstos también los hubo, fueron tan breves y lejanos en el tiempo que apenas los mencionamos.
Es por eso, mi querido amigo, que nuestros post acostumbran a destilar un producto similar al vino con sabor añejo. Y ello es debido a los años que esos recuerdos llevan almacenados en el interior de nuestras mentes.
Recibe mi entrañable abrazo, mi viejo y querido Charneguet.
Bienvenido al Cielo.
Pues me ha gustado mucho; me han gustado el humor amargo, la ternura auténtica y sobre todo la construcción de algunos personajes; esa tía Reme que me parece conocer de toda la vida, esa pobre Filo pariendo un jesuita...Habla de un tiempo que yo no conocí, pero del que mis abuelos hablaban a la mínima ocasión cuando nos veían estrenar y derrochar cosas: "Ya veréis, cuando venga la tremenda", decían sin llegar a fiarse nunca de la fabulosa prosperidad en la que nunca se habían instalado, en la que siempre se sintieron como de visita. Tenían razón. Ha llegado "la tremenda" y esa si que viene a instalarse.
ResponderEliminarUn saludo
Bienvenida a este sector de cielo virtual, Alma de Adra.
EliminarTus abuelos, como casi todos los abuelos, tenían razón en su predicciones.
"La tremenda", para nuestro infortunio ya está aquí, pero creo que hace muchos años que llegó y según lo visto, se ha instalado definitivamente en nuestro planeta y de igual modo intenta hacerlo en nuestras vidas. Pero también creo que cada uno de nosotros posee una puerta y una llave para cerrarle el paso, evitando con ello que el daño que pueda causar en nuestras vidas y conciencias sea mínimo.
Está en nuestra mano bloquearle el paso usando como única arma el sentido común, al mismo tiempo que valiéndonos de las nuevas tecnologías informáticas, las utilizamos simplemente para intentar comunicarnos con una total honestidad informativa, dando a conocer a quien quiera leernos nuestros propios pensamientos y reacciones como seres humanos.
En síntesis es lo que intento hacer en esta bitácora. Y hacerlo sin fisuras, exponiendo mi alma y parte de mi vida ante otras personas totalmente desconocidas físicamente. Y de conseguirlo, entonces "la tremenda" puede considerarse derrotada, ya que nada puede hacer ante la invisible unión anímica de los seres humanos.
Gracias por leerme.
Saludos cordiales y Feliz Navidad.
Me ha gustado mucho el relato, José Luis, tanto que estoy esperando con ganas la próxima entrega.
ResponderEliminarMis mejores deseos de paz y felicidad para ti y tu familia. Que tengais una muy feliz Navidad.
Un abrazo.
Lo celebro, estimada Xad Mar, aunque lo más seguro es que el próximo capítulo y todos los siguientes podrás leerlos en una nueva bitácora que pondré en circulación para fin de año, debido a que la novela tiene 350 páginas y no es cuestión de bloquear con ellas la libre circulación de temas en este blog.
EliminarDe todas formas tal y como indico al principio de este post, tendrás su link de acceso directo en la barra lateral de este mismo blog, y con sólo hacer clik sobre él:PÁGINAS ENTRE LAS OLAS Y EL VIENTO, podrás entrar directa y exclusivamente a los nuevos capítulos de la novela que iré actualizando periódicamente.
Agradezco tus buenos deseos y desde Madrid te envío los míos deseando que tanto tú como los tuyos disfrutéis de una Feliz Navidad.
Un cordial abrazo, mi estimada Xad Mar.
Ya entré en ella y pillé el segundo capítulo. Me he propuesto juntarlos todos y luego meter el libro en el Kindle:P. Muchas gracias, José Luis. Aquí la Navidad la pasaré acompañada de bronquitis que no termina de irse, pero bueno, viene mi chico (vive en los madriles) a pasarla a casa y ya sabes, eso anima mucho.
ResponderEliminarCuìdate.
Lo celebro estimada Xad Mar.E igualmente me alegro que los recopiles para meter el libro en el Kindle aunque creo que tardarás algún tiempo porque el libro es un tocho bastante largo. Cuídate esos bronquios a pesar que la cercanía de la mar no es lo más idóneo para su curación. Y te lo dice uno que tiene una bronquitis crónica y a pesar de ello me fumo seis mini puritos al día.
EliminarEn fin , que de algo se ha de morir uno.
Un abrazo. Cuídate mucho y Feliz Año Nuevo.
Mi Querido Amigo Jose Luis, Aprovecho Que Tengo Un Rato LIBRE De "HISTORIAS Y PALIZAS PRENAVIDEÑAS", Para FELICITARTE EN PERSONA, Y A "MI ESTILO",LA NOCHEBUENA, NAVIDAD, FIN DE AÑO Y REYES, DESEANDOTE A TÍ Y A TODOS TUS SERES QUERIDOS, LO MEJOR DE LO MEJOR, PORQUE TE LO MERECES.
ResponderEliminarAhí Te Dejo Con Todo Cariño, Mi Particular FELICITACIÓN En Forma De Un Típico "AGUILANDO MURCIANO", Adaptado, Que Espero DISFRUTES.
Un Gran ABRAZO Querido AMIGO
Y Que TODO TE VAYA TAN BIEN COMO YO TE DESEO.
¡FELICES FIESTAS!
Y
¡¡RIAU RIAU!!
AGUINALDO MURCIANO A ESTILO MANOLERO,
PARA FELICITARTE, DEJAR QUIERO.
"El Aguinaldo De Pidoooo,
José Luís, NO Cañamones,
¡SAL, Te Repito En AULLIDO,
De Mi Rondalla A Los Sones
De Mi Rondalla A Los Sones
Saca Tortas Y Turrones,
Mantecaos y Polvorones,
Si Entavía No M'as Oído...
Y Si Te Sobra En La Casa
Algún Vinico Ligero
Venga Y Que Siga La Guasa,
Deste TOSTÓN Manolero.
Deste Canto Manolero,
Cantemos Con Alegría
Que Ha Nacío El Niño DIOS,
De Nuestra Virgen María.
De Nuesta Virgen María
En Este Día GOZOSO,
Que Ha TENÍO El NIÑO DIOS,
UN NACIMIENTO GLORIOSO.
Un Nacimiento GLORIOSO,
CANTÉMOS CON ALEGRÍA
Y Comámos
Y BRINDEMOS
EN ALEGRE COMPAÑÍA.
Ya El Manolo Se Despide
Y Te Deja Miel Y Arrope
Y Con Voz Agurdentosaaa
A Este PLOMO Pone Tope!
A Este Canto Pone Tope,
Cantando Con Alegría,
Que Pases Mu Güenas Fiestas
En La Mejor Compañía.
En La Mejor Compañía
Y Con Mesas Mu Bien Puestas,
Con Tóos Los Que TE QUIEREN
¡JEFE!¡A Gozar Destos Días.
(Y Como El AGUINALDO, NO M'AS DAU,
POS Me CALLO, ME LARGO, Y ¡VÁ EL RIAU RIAU!!
¡¡¡MANOLITO...MANOLO...MANUELÓN...!!!...
EliminarREDIÓS, QUE BRÍO, REDIÓS QUE ILUSIÓN...!!!
TE ABRAZO, HERMANO MÍO,
TE ABRAZO DE CORAZÓN,
QUE LAS LÁGRIMAS ME ASALTAN,
DE PURO GOZO...¡¡REDIÓS!!
JAMÁS RECIBÍ UNAS LETRAS,
PREÑADAS CON TANTO AMOR,
ABRÁZOTE PUES, MURCIANO,
HERMANO MÍO, LEJANO,
PERO HERMANO DE CORAZÓN.
No es difícil rimar pues,
cuando las letras llegan,
cargadas de filial amor,
que los afectos se nutren,
de un sentimiento común,
sin importar la distancia,
sin importar el dolor,
sin importar las edades,
sin importar si algún día,
podremos vernos o no.
Hace media hora que me acaban de instalar la fibra óptica y eres el primer internauta con el que me comunico. Y parece que eso de la fibra mola un huevo y además de navegar a toda leche, también está conectada a mi sesera, porque acabo de malparir estos versos a toda pastilla.
Aunque está muy claro que teniendo previamente tu espuela, juego con ventaja.
Recibe mi siempre fraternal abrazo, querido Manuel.