Esto que vais a leer, hay que currárselo, amigos míos:
PÁGINAS ENTRE LA TIERRA
Copyright © 2010 José Luís de Valero.
Todos los derechos reservados.
La
madrugada había caído sobre la Villa y Corte y nosotros continuábamos dándole
al tinto de Arganda acompañando el trasiego con un estimulante y sabrosísimo
pastel de liebre, manjar exquisito que se condimenta en la Posada del Dragón,
ubicada en la Cava Baja de San Francisco,
La Cava Baja es lugar de posadas y de gentes
de malvivir y pendencia, donde bullen daifas de medio pelo dispuestas a ofrecer
sus carnes por cuatro maravedís. Expertas en la lisonja y con sus incitantes
gestos seducen a los incautos, a la soldadesca de los Tercios, a mendigos de
bolsa prieta, a caballeros sin tacha y a rufianes con pinta de caballero, a
carreteros, trashumantes, labradores y taberneros. Las pelanduscas porfían
dando cuenta a voz en grito de sus servicios más lisonjeros.
De igual modo los ladrones campan a su antojo
por esos pagos de la Cava Baja y cierto es que los de la cofradía del agarro se
ventilan bien la vendimia en las calles de esta Villa y Corte. Peinabolsas
doctos en aligerar descuidados bolsillos deambulan cual carroñeros tras su
víctima frenando o aumentando el ritmo de su caminar, aguardando el momento
propicio para alargar el garfio y hacerse con el botín. No menos cierto es que,
mediando los alguaciles entre un estirón que otro, gran número de garfios
largos sorprendidos con las manos en la masa se hospedan por cuenta del Rey en
la Cárcel de Corte.
Toda esa amalgama de putas y rufianes se
hallaba representada y bien surtida en La Posada del Dragón, por lo que Alonso
y yo, viéndonos rodeados de tanta escoria decidimos levantar el campo huyendo
del carnal mercadeo.
Estábamos con el posadero en la labor de
abonar las jarras de vino y el pastel de liebre, cuando una daifa de buen ver y
generoso escote acercóse a mi vera colgándose de mi brazo a señas del posadero.
-Si a vuesa merced le place acariciarme los
senos, más si después le complace sobarme bien el trasero, tened a bien
complacerme con quince maravedís y entonces mi cuerpo, será por entero vuestro.
-Además de puta, poetisa – le espeté a la
hembra – ¡Tu oferta rima, por Belcebú! ¡Acóplate con mi compañero, que de mi
cuenta va la fiesta!.
-Déjate de rimas y ahuequemos el ala de este
antro, que al final seremos carne de puto catre, camarada – soltó Alonso
inflando pecho – que estoy ebrio y ¡Voto a Cristo!...salgamos ya, que estando
ebrio no me mantengo en pie, inquisidor del Reino,
-Alonso, querido amigo, no me andes ya
jodiendo.
-¿Pues de qué va la tal jodienda?
-De llamarme inquisidor, que tal cargo no lo
acepto.
-¿Por ventura no lo sois?
-Por desventura ese cargo sí que ostento, mas
desde hoy ya renuncio a desempeñarlo con fuero, y si empeñado estáis a seguir
en este juego, tened presente que vos, de proseguir en la liza de pareados y
rimas, bien os jugáis el pellejo, pues me obligareis de inmediato a echar mano
de mi acero.
Tras mi último pareado, Alonso desgranó una
estridente y más que sonora carcajada ante la atónita mirada de la daifa que no
daba crédito a lo expresado entre aquellos dos caballeros, que hacía un par de
horas estaban libando néctar de Baco y zampándose de liebre, un tremebundo
pastel, capaz de alimentar una familia al completo.
-Observo que vuestra lengua es hábil con
según qué manifiestos – terció la daifa, coqueta, ofreciéndonos sus senos –
Entonces será cuestión de tantearos la bolsa para que yo pueda ofreceros todo
mi cuerpo entero...
¡Pardiez, que me agrada la moza! – bramó
Alonso – Tiene temple y buen criterio....Date por tomada pues, y sin dilación,
forniquemos ya en tu puto lecho.
-Puto lecho no lo es, señor, sino dulce y
placentero sueño, que a pesar de ser yo puta, soy hembra que entre los muslos
poseo bastante hueco para volver a un
hombre bien loco.... que el varón que a mi monte, entre mis piernas complacido
quedará, en ese mi mullido lecho.
-¡Cuesco de Satán y pedo de monja!...¡Jamás
puta alguna se me ofreció de tal guisa!...Si en el catre eres tan lisonjera y
certera como tu lengua, yacer contigo ha de ser como estar jodiendo con una
bacante en el mismo Infierno – vociferó Alonso, exultante, apalancando a la
daifa, tomándola por la cintura y comiéndosele la boca con largo beso.
No presté más atención a las palabras y
pareados de Alonso ni a las de la mujer, puesto que ella ya se había separado
de mí yéndose a refugiar en los fornidos brazos de mi compañero. Apoltronado como
yo lo estaba, sumido en los vapores de Baco y con mi mente y sentidos puestos en
unos ojos verdes enclaustrados tras una conventual reja, los escarceos de
Alonso con la barragana quedaron archivados en mi memoria como simples actos
propiciatorios a un putesco encame carente de sentimientos; puro instinto
animal que desembocaría sin más en una orgía de sexo, carente de amor completo.
-La amanecida está al caer, Alonso – le soplé
al oído – Piquemos espuelas y galopemos lejos de este antro, presto.
-Tú mandas en la batida, Luis, pero antes de
picar espuelas a nuestros caballos me agradaría cabalgar a esta jaca – díjome,
señalando a la poetisa y puta – que paréceme tiene la entrepierna encharcada de
tanto gozo como le pide el cuerpo.
Entre la bruma ocasionada por el tinto pude
observar a Alonso y a la barragana comiéndose el morro con furibundo regodeo,
mientras otra compañera de oficio aferrada como una lapa a mi cintura, hacía
ímprobos esfuerzos para acceder a mi boca, cual bacante en celo.
-Aparta, mujer – hipé, deshaciéndome de su
abrazo – Ve a otro con tus oficios que no me apetece yacer contigo, voto a
Lucifer.
-Pues al principio, bien parecía que con mi
compañera deseabais carnal trato – repuso la barragana con un mohín de descontento.
-No lo solicité para mí, que lo que traté con
ella fue con el ánimo de agasajar a mi compañero.
-Pues él ya tiene a mi compañera en danza,
que por cierto se lo está comiendo vivo – contestó, observando la carnal refriega
entre ambos – ¿Vos mi señor, no os
atrevéis conmigo?
-¿Atreverme, dices? – salté.
Me la quedé mirando fijamente. No era una
belleza exultante pero tampoco podía considerársela un desecho de tienta.
Poseía unos bellos ojos tan negros como la noche, que chispeaban con una brizna
de vida interior a pesar de su cruel y humillante oficio; como si el denigrante
desempeño de sus funciones no hubiera tenido fuerza ni tiempo suficiente para
apagar el brillo de su feminidad y de una juventud que comenzaba a marchitarse.
-Tu nombre – inquirí.
-¿Cuál de ellos, mi amo?
-Ni soy tu amo ni quiero serlo. Sólo deseo
saber cómo te llamas y en qué lugar vieron la luz por vez primera, estos bellos
ojos que yo estoy viendo.
La mujer bajó la cabeza como avergonzada. Con
un recato que me asombró, subióse el escote del blusón intentando amagar los
pechos que se desbordaban sobre la rústica superficie de la mesa. Tomando mi
jarra de tinto, apuró un largo trago tras lo cual fijó sus pupilas en el vacío.
-Soledad, la Toledana...Así es como en el
oficio me llaman.
-Y tu familia ¿cómo te llama?
-Yo ya no tengo familia...
-Lo que significa que ese ¨ya¨, da a entender
que en el pasado la tuviste algún día ; Contesta, toledana.
Entre ambos se hizo un palpable silencio sólo
interrumpido por las cercanas risas y jadeos de Alonso con su coima. La llamada
Soledad tardó en contestar, mas cuando lo hizo, miróme fija y duramente sin
pestañear siquiera. Cercóme con su mirada y rodeado por su mirar sentíme preso.
-Raquel. Ese era el nombre que me pusieron
mis padres cuando nací en Toledo....Pero mis padres, en Toledo ya no viven.
-¿Y dónde están ahora, si yo puedo saberlo?
Raquel elevó su mirada hacia el techo de la
posada, mientras dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.
-Por ahí, en el aire, convertidos en humo..y
sus cenizas dispersas, esparcidas por los caminos tras la quema en el Zocodover
de Toledo.
Cerré los ojos. No precisaba de más información.
El rodillo inquisitorial había aplastado sin piedad la vida de la mujer que
tenía frente a mí.
Incliné la cabeza, apesadumbrado, abrumado e
interiormente avergonzado de pertenecer al brazo Real, secular y armado que
cooperaba con el Santo Oficio. Con el correr del tiempo comprobé que aquel
fortuito encuentro con una víctima de la Inquisición, fue la mecha de la cual
me serví para prender fuego a toda la vida y servicios que hasta entonces yo
había prestado al terrible aparato inquisitorial, aberrante monstruo de dos
cabezas llamadas Iglesia y Monarquía, ambas unidas para devorar creencias,
vidas y haciendas.
Obviamente Raquel se había librado de la
hoguera, y entonces se despertó en mí conciencia la avidez de saber lo que
aconteció en su existencia, cuando aquel monstruo bicéfalo le arrebató la vida
de los suyos, condenándola a la degradación y a la más completa miseria. Precisaba pulsar
las vivencias, los sentimientos y los recuerdos de aquella mujer que aún
hallándose viva, había sido totalmente destruida para los restos. Por un
momento permuté su rostro por el de Inés y a su vez me dije que ambas eran
víctimas de la Iglesia. ¡Maldita Iglesia! – en mi interior, rugí – ¡Ya basta de
tanto atropello!.
Raquel permanecía en silencio, cubierto el
rostro con sus manos mientras su cuerpo era sacudido por una congoja que se
plasmó en mudo y tembloroso llanto. Me compadecí de aquella pobre mujer, rota
por la vida, todavía joven y poseedora de una triste belleza que surgía a
través de su profunda y a veces inescrutable mirada.
-Tranquilízate, mujer, que en esta vida todo
tiene su arreglo – dije, por decir algo, sin saber cómo proseguir aquella
conversación – Aunque a decir verdad – agregué – elegiste un adecuado nombre
para tu vil oficio.
-Soledad....sí, creo que acerté al elegirlo –
musitó, secándose las lágrimas con el borde de la saya – Mi vida siempre ha
estado marcada por la soledad. Perdí a mis padres siendo niña, mi primer hombre
me abandonó y el hijo que yo tenía, murió de hambre tras parirlo. Mas ahora
dispensadme, pero si hoy quiero comer tengo que trabajar y visto que no os
apetece encamaros conmigo, seguiré con mi quehacer ya que tras de vos hay un
gañán que me está haciendo señas para que me acerque a su mesa y con él, a ver si por un casual, esta
noche encamarme podría.
Posiblemente fuera un gesto de orgullo por mi
parte, pero giré la cabeza para localizar al gañán de marras y frenar su
traicionero acoso visual y que de gestos hacía a la hembra que mi mesa compartía; que
una mujer aún siendo puta, si está acompañada de un caballero es inabordable
para un tercero, y de insistir éste, puede encontrarse entre las costillas con
un buen palmo de acero.
Un infame tripudo, gañán y bellaco aposentado
tras de mí, estaba devorando a dos carrillos una pierna de cordero, mientras no
perdía de vista a Raquel, sonriéndole estúpidamente como un auténtico rufián
acostumbrado a lidiar en mancebías de baja estofa y sin ningún freno. Sin duda – pensé – aquel
gordinflón seboso recién llegado a la Villa y Corte desde Dios sabría dónde,
acababa de instalar sus mulas en el vecino establo y no estaba al corriente de
los usos y costumbres que deben observarse cuando está dialogando
con una dama, un bien armado caballero.
Y a pesar que debido a su oficio Raquel no
podía catalogarse como una dama, interiormente a mí me dio por conferirle tal
rango con lo que mis ánimos se soliviantaron un tanto y al momento, la punta de
mi espada reposaba en el gaznate del rústico elemento.
-Maldita sea tu sangre, hideputa...Álzate de
la mesa y abandona el campo o te degüello aquí mismo como a un cerdo en San
Martín....Y avía, que hasta tres cuento...
No me hizo falta iniciar la cuenta. El
asustado bellaco salió de la Posada del Dragón como alma que lleva el diablo,
dando traspiés en medio del jolgorio de las putas y parroquianos que allí
presentes estaban. Alonso, que apenas se había dado cuenta del incidente, se despegó de
su coima profiriendo una sonora carcajada.
- ¡Voto a Belcebú!...que estoy tan bebido que
me ha parecido ver a un caballero en
defensa de una furcia, desenvainando su acero.
-No me andes con jacarandas tirando pullas,
que sólo he hecho lo que haría cualquier caballero bien nacido defendiendo su
honor y el de la mujer que lo acompaña – exclamé ante la chanza con cierto
disgusto y cabreo– Que toda mujer tiene su honor y honra, a pesar de ejercer
como puta, ¡Voto a la mismísima puta de espadas, Rediós!
Alfonso no me prestó la menor atención,
yéndose a refugiar de nuevo entre los generosos pechos de su acompañante. Sin
embargo Raquel, quedóseme mirando fijamente. Sin duda no acababa de comprender
por qué un caballero de cierto rango, por los simples guiños de un gañán
dedicados a una puta como ella, había armado tal revuelo
-Pues con vuestro proceder me habéis
ahuyentado un cliente, caballero; y a la hora que ya estamos de la noche, no hay
gente ni tampoco tiempo para buscar otro encame que en esta posada sirva para paliar mi cena – arguyó Raquel un tanto
molesta por el desenlace de la bronca con el gañán – Así que dispensadme, pero
aquí os quedáis con vuestro amigo que yo me voy a buscar la vida en otro lugar
donde no salga a relucir una espada.
-No te preocupes por tu negocio que yo
compraré tu tiempo y además no tendrás la obligación de fornicar conmigo – la
tranquilicé – Háblame de ti, vacía tu alma que puede que con ello alivies la
mía y me ayudes a tomar decisiones sin cargo de conciencia. Juro por Dios que
intentaré ayudarte en lo que esté en mi mano. Confía en mí, Raquel.
-¿Confiar?...¿Cómo puede confiar una mujer
como yo en un hombre como vos?
-Además de hombre soy un caballero, Rediós –
vociferé – No me ofendas.
-Y yo además de puta, soy una judía conversa.
Por lo tanto no veo cómo puede haber entendimiento entre nosotros. No juguéis
conmigo, caballero. Si queréis mi cuerpo, pagadlo, pero si queréis dejar al
descubierto mi alma tened en cuenta que eso es un apaño de difícil solución y
alto precio. Mi alma es cuanto poseo y además no está en venta, ni a vos venderla deseo.
-Eres cruel, Raquel. No te confundas con el
trato que te ofrezco. Sólo pretendo ayudarte, mas no me preguntes los motivos y
el porqué tenderte una mano quiero. A veces ocurre que los hombres nos lanzamos
al vacío creyendo que libremente volar podemos...pero ni tú eres una blanca
paloma, ni yo un halcón que pretenda darte caza en pleno vuelo.
-¿Y vos me tacháis de cruel?...Observo en
vuestras vestiduras y atavíos que ostentáis la cruz de la Orden de Montesa y el
distintivo de Oficial Real a las órdenes directas del Santo Oficio...¿Cuánta
sangre inocente ha sido derramada sobre esa cruz, y cuánta sobre la cruz verde
de la Inquisición?...¿Tenéis respuestas a ello?
-De esos temas no quiero hablar y además no
te incumben, creo.
-¿Qué no me incumben, decís? La sangre de mis
padres está prendida en vuestra cruz inquisitorial. Y eso no podéis negarlo,
también eso yo creo.
-¡Cuerpo de Cristo! ¿Acaso fui yo quien
prendió fuego a la pira en el Zocodover de Toledo? – troné, golpeando la mesa -
¿Quién eres tú para acusarme de asesino?...No fui yo quien firmó el expediente
que condenó a tus padres a la hoguera en Toledo. Eso lo hizo la Iglesia
Católica y los leños los prendió un verdugo siguiendo una orden del Clero. No
me hables pues como si de todos tus males, yo la culpa tuviera o bien pudiera haber puesto remedio.
Raquel enmudeció y quedóse pensativa durante
un buen rato. Sin duda, algo no le cuadraba en mi actitud. Jamás hombre alguno
fuere éste gañán o caballero, había desenvainado una espada en defensa de su persona,
y mucho menos defendiendo su mil veces mancillada honra de mujer, ultrajada para los restos por la Inquisición de Toledo.
-¿Cuánto me pagaréis por mi tiempo? –
preguntó de repente con cierta cautela – En cada uno de mis servicios invierto
no menos de media hora y cobro quince maravedís, pero a ningún hombre tengo que
contarle mi vida mientras me monta. Tenedlo en cuenta.
-Yo no voy a montarte, como dices – le atajé
– Sólo oiré lo que tengas a bien contarme y recibirás treinta maravedís por
cada media hora de tu tiempo. Tenlo tú también en cuenta.
-¿Y no copularéis conmigo? – porfió - ¿Acaso
no os agrado?
A
tales preguntas, y debido en parte a los efectos y cantidad de tinto ingerido,
no supe bien qué contestar de inmediato; que no por ser
hidalgo nacido en cristiana cuna, una vez destetado y habiendo crecido luego, fuese
uno mojigato o capón en lo tocante a los asuntos de la femenina entrepierna y
en el trato o lances habidos con daifas y bravías mozas. Que de tales menesteres, lidiando
con zorras, busconas. pelanduscas y también de pernoctar con coimas en
mancebías de dispar acomodo, con el correr del tiempo, cumplida cuenta portaba
ya en mis alforjas.
-Veo
que os soy indiferente y no queréis yacer conmigo – suspiró Raquel un tanto
decepcionada ante mi silencio – Será la primera vez que un hombre me paga por
mis servicios sin sobarme bien sobada.
-Si quiero
descubrir tu alma, previamente deberé cubrir tu cuerpo no sea caso que en otros
menesteres me distraiga y forniquemos cual posesos, liando así la madeja –
apunté, clavando mis ojos en los de ella.
-¡Por
la Virgen bendita! – exclamó alborozada, batiendo palmas y con los ojos muy
abiertos – O sea, que no sois tan frío y distante como queréis parecerlo, y
además os agrado como puta y de igual modo como hembra.
No pude
evitar una sonrisa que venía a ser una expresión de homenaje y respeto a tan
abnegado oficio, aun teniendo en cuenta que en lo concerniente al puterío
patrio he de asumir que para tal menester han existido, existen y siempre
existirán putas buenas, putas malas y malas putas que a los infiernos, éstas,
Satán se lleve. De todas formas, ninguna puta española recibió honores por
parte de reyes ni cardenales a pesar qué, mediante las enfermedades que
arrastra su generoso oficio, redujo y de qué modo, las tropas enemigas.
Raquel
era una puta buena, una buena mujer y un pedazo de hembra bien plantada a quien
un destino llamado Inquisición le había roto la vida en mil pedazos. A tales
conclusiones pude llegar tras mi conversación con ella. Y con aquella cómplice
sonrisa que surgió espontánea de mis labios, de igual modo quise darle a
entender el hecho de que ella no me era indiferente, ni como persona ni como hembra.
-¿Cuándo
y dónde será por fin el encame, caballero? – inquirió, recomponiéndose el
cabello de su y negra y alborotada melena – Por cierto que no sé cuál es
vuestra gracia, aunque oí que vuestro amigo os llamaba Luis.
-Ese es
mi nombre y por él puedes llamarme. Y no habrá encame
-Al
tiempo – repuso, mirándome fijamente – Que una, a pesar de ser puta también es
mujer y puede perder los sentidos por el hombre que bien la trate.
-Serás
respetada y bien tratada, de ello no tengas la menor duda. En cuanto a tus
sentidos, procura no perderlos con quien no debes o por quien fuera de tu
alcance esté .
-¿Sois
vos inalcanzable, quizá?
-Sin
quizá – contesté tajante – Y no lo digo con menosprecio a tu persona ni a tu
condición. Mi corazón tiene dueña.
Raquel,
bajando la mirada hacia la vacía jarra de vino, quedose pensativa, como
resignada ante una nueva adversidad y desengaño, pero no tardó en reaccionar
recobrando su papel de puta tabernaria y adoptando un aire de indiferencia que
estaba lejos de sentir.
-Entonces
me abonaréis treinta maravedís, sólo por hablar de mi vida durante media hora.
Nada de encame, nada de cópula y ni siquiera un beso de despedida – puntualizó
en tono despectivo.
-Así es
– afirmé depositando sobre la mesa una tintineante bolsa de monedas – A nada
más estás obligada.
-Creo
que la cita será bastante aburrida, pero en fin, quien paga, manda – suspiró
resignada, tomando la bolsa e introduciéndosela en el escote – Espero que me digáis
cuándo y dónde dispondréis de mi voz, que no de mi cuerpo.
-Ahora
mismo y en este mismo lugar. Aguarda.
Me alcé
de la mesa con cierta pesadez. El pastel de liebre y el cuarto de azumbre de
vino trasegado habían hecho mella en mi organismo y la Posada del Dragón
comenzó a girar a mi alrededor. Con todo, ordené al posadero que se acercase a
mi vera.
-Prepara
de inmediato un aposento. Quiero una cama con las sábanas más blancas y limpias
que la Sagrada Forma, y también una jofaina con agua caliente para que esta
mujer, convenientemente asearse pueda.
-Al
momento, excelencia – respondió solícito el posadero, mirando de reojo mi uniforme y a Raquel
– Seréis complacido en lo que os apetezca.
-Por
cierto – agregó en un aparte, en tono confidencial y guiñándome un ojo – Esa
furcia que os lleváis al catre es buena cumplidora en su oficio y según dicen
quienes la han catado, puede volver loco a un hombre con sus artes amorosas de
judía conversa; artes que sin duda aprendió en la judería de Toledo siendo
todavía una mozuela. También dicen que es medio bruja y que sabe de filtros y
pócimas para enderezar una verga.
-¡Rediós,
que como sigas soltando falso testimonio y mierda con tu puta lengua te pateo
el alma, por Satanás! – vociferé, aferrando al posadero por el cuello - ¡Vive Dios
maldito cabrón, que como sigas hablando, probarás mi acero,!
-¡Piedad,
excelencia! – farfulló el posadero, intentando librarse de mi tenaza - ¡Sólo
quise poneros al corriente en cuanto de esa mujer dicen!
-Por
Dios, soltadle que le vais a ahogar – me suplicó Raquel, tomando mis manos y
besándolas con ardor – ¿Qué os ha dicho de mí ese hombre y qué demonios ocurre
con vos, que andáis a la gresca con gañanes y posaderos?...Tened en cuenta que
a una puta, todo el mundo tiene derecho a ultrajarla y más siendo como yo soy, una
judía conversa.
Cuando
le liberé el gaznate, el posadero se derrumbó sobre el terrazo como un saco sin
dejar de palparse el pescuezo, tosiendo entrecortadamente y sin dejar de
mirarme con ojos de degollado cordero.
-Nadie,
absolutamente nadie tiene derecho a vejar de palabra u obra a un semejante y
mucho menos si es mujer – le escupí en el rostro al posadero, respondiendo al
mismo tiempo a la pregunta de Raquel – Y otra cosa más: Quiero que esta mujer
sea atendida cual merece mientras se encuentre bajo mi amparo en esta posada. A
tal efecto dispondrás para ella de suficiente comida, aposento propio, buen
catre libre de chinches y toda la ropa de cama que precisar pueda. Todo ello va a mi
cargo y te será abonado semanalmente. ¿Lo has entendido, truhán?
-Al
completo, excelencia – musitó el posadero.
-Entonces
de acuerdo. Y ahora con el aposento avía, y para la dama, prepara una buena
cena.
El
altercado tabernario había sido seguido con atención y máximo silencio por la
totalidad de hombres y mujeres que estaban reunidos en el espacioso comedor de
la posada. Nadie osó intervenir en la bronca, habida cuenta de la mala uva que
trasmitían mis palabras, amén que mi uniforme de la Orden y los distintivos que
acreditaban mi pertenencia al Santo Oficio imponían, más que temor, visceral
respeto y ancestral miedo.
Tan
sólo Alonso se acercó a mí, tomándome por los hombros y hablándome con serio
gesto.
-No me
acabo de creer lo que he visto y oído, camarada. Sin duda estás bastante más ebrio
que yo y convirtiéndote en valedor de putas y flagelo de rufianes, te da por
desfacer entuertos; y has de saber que tales acciones no son dignas ni de ti,
ni del uniforme que ostentas, ni de un caballero.
-Me
cago en la dignidad de todos los uniformes habidos y por haber, voto a
Satanás...que estoy más que harto de todo el aparato inquisitorial, de los
curas, frailes y dominicos asesinos. ¡Me cago en el Santo Oficio, en la puta
madre que parió a Torquemada y en el puto y maldito Clero,! ¡Rediós! – exploté,
derribando de un puntapié la mesa.
-¡Vive
Dios, que has perdido el seso! Contén tu lengua, que no he venido a Madrid con
el propósito de verte arder en una hoguera –
masculló por lo bajo Alonso – Y no alces la voz que de tus palabras,
esta gente está más que atenta.
Alonso
reparó en la cercana presencia de Raquel, que tras mi diatriba maldiciendo al Santo Oficio se
encontraba en pie a mi lado, inmóvil, asustada y confusa. A ella se dirigió mi
amigo en voz baja adoptando fiero gesto.
-Tú no
has visto ni oído nada de lo sucedido ¿está claro?
-Descuidad,
que no soy una delatora y además, las palabras de don Luis las hago mías con
todas sus consecuencias. Pero tened en cuenta que en esta posada los oídos son
agudos y las lenguas están prestas. Vos y vuestro amigo haríais bien en
abandonar este antro. Y embozaos al salir para que nadie os reconozca o
vuestros semblantes vean.
-Esta
mujer lleva razón, Luis – admitió Alonso, tomando su capa y la mía – Montemos
en nuestros caballos y larguémonos de aquí picando espuela.
-Esta
noche tengo una cita con esta dama – repuse, señalando a Raquel – Y no
acostumbro a posponer mis convocatorias debido al vil temor de ser reconocido
por rufianes y gentes de baja ralea.
-¡Cuerpo
de Cristo, que además de bebido ciertamente no estás en tus cabales! Llamas
dama a una puta y para postre te empeñas en joder con ella esta misma noche
como si para ello no hubiere más tiempo...
-Te
confundes, Alonso... Mi trato con ella no se refiere a encame y jodienda, que
el asunto va por otros derroteros.
-Pero
vuestro amigo tiene razón, don Luis. Como bien ha dicho, yo no soy una dama
pero soy una puta honrada que mantener sabe su palabra. Mejor tiempo y acomodo
habrá para cerrar nuestro trato. Podéis disponer de mi cuando os plazca, pero
por Dios, marchaos ahora, os lo ruego.
-Dispondré
de ti en este momento. Ya has recibido el importe del servicio por media hora
de tu tiempo. Me iré de aquí tras de oír lo que tengas a bien decirme. Y
ahora subamos a tu aposento, que aunque no llegues a creértelo, es más que
posible que tus palabras sean la mecha que preciso para a mi pasada vida, prenderle
fuego.
Observé los bellos ojos
de la judía prendidos en los míos. Conversa o no, su profunda mirada desprendía
todo el fuego de una estirpe que anteriormente había sido condenada por la
Monarquía al destierro, y por la Inquisición a la hoguera en el Santo nombre de
Dios, con el beneplácito del puto Clero..
-Cuando desees, puedes
comenzar.
-¿Y no vais a precisar
recado de escribir para tomar cumplida nota de lo que aquí se hable?
-Tengo buena memoria,
Raquel. Además, ten en cuenta que esto no es un interrogatorio como los que se
efectúan en las cámaras de tortura o en las cárceles secretas de la
Inquisición en Toledo.
Percibí un
estremecimiento que recorrió su cuerpo. A pesar que Raquel se hallaba tendida
en el lecho, desde un principio todas sus armas de mujer desplegó conmigo intentando seducirme, desabrochándose el corpiño dejando al descubierto
ambos pechos y subiéndose la saya hasta el talle, mostrándome a su vez unos
bien torneados muslos sobre los cuales podían adivinarse buena parte de sus
ensombrecidas vergüenzas que mostrábame sin pudor, sin el mínimo recato, sabedora de su fuerza.
-No mentéis tales lugares
que se me eriza el vello, don Luis.
-¿Pasaste por ellos?
-¿Qué si pasé,
decís?...Más que pasar, malviví en ellos mientras una buena parte de mi
juventud desfilaba por mi vida sin apenas darme cuenta. Quince años yo contaba,
cuando toda mi familia fue acusada por un vecino de practicar brujería. Aquel
maldito cristiano viejo quería hacerse con nuestra casa, con parte de nuestros
bienes y también ansiaba poseer mi cuerpo, así que lo tuvo fácil puesto que por
ende, aquel mal nacido era familiar de la Inquisición y fiel vasallo del apaño.
-¿Cómo se llamaba ese
hombre?
-Se llama, que todavía
está vivo y de eso doy fe, que por desgracia, lo que digo es bien cierto. En la
que fue mi casa habita ese mal nacido...y en cuanto a su nombre, decidme, ¿por
qué queréis vos saberlo?
-Simple curiosidad. Me
dio en pensar que el tal delator sería un viejo que a estas horas estaría más
que muerto.
-Vivo y bien vivo está
ese maldito cristiano viejo...Juan de Contreras es su nombre y el título de
hidalgo ostenta, mas por Dios y la Virgen juro, que andando el tiempo, quiero
yo verlo bien muerto.
-Eso bien fácil te será hacerlo.
Venenos, puñales y espadas hay a buen precio, más tendrás que aflojar la bolsa
que tal acción te costará un buen dinero – apunté sibilinamente, aguardando su
contestación.
-Mi oficio de puta no da
para ello – objetó – pero alguien habrá que tras usar de balde, cien o mil
veces mi cuerpo, quiera vengarme en Toledo.
-Bajo precio pones a tu
venganza, creo.
-De igual modo, bien bajo
mi oficio es, caballero. ¿Por ventura querríais vos cumplir con mi sangriento
deseo?
-Con la sangre de un hidalgo
y con la de un cristiano viejo, todavía no se ha mojado mi templado y bruñido
acero, ni con tales personajes acostumbro a entablar duelo,...Aunque si la
ocasión lo requiere y la causa y venganza de contrastada razón fuere, entonces
me asistiría el fuero de vengar un desatino ensartando con mi acero al causante
de tal yerro, fuere su autor un cristiano, un hidalgo, o un simple cristiano
viejo.
-De todas formas –
proseguí – en Madrid abundan los matones y jaques a sueldo,
No tendrás ningún problema en hacerte con los servicios de cualesquiera de
ellos.
-Según
deduzco por vuestras palabras, a vos no os importaría hacerlo si la causa fuere
justa... ¿Y la mía no lo es, mi gentil don Luis? Yo sabría bien pagaros con mi
cuerpo, caballero...
-Prosigue
con el relato y no pienses más en eso que yo no soy un matón, ¡y por Baco!, ni
un infame jaque a sueldo. Por otra parte no ansío ni remotamente tu cuerpo.
Raquel,
descorazonada, bajó su mirada al suelo.
Quizá tentada y confundida por mis palabras,
llegó a concebir que frente a ella se hallaba el hombre adecuado para ejecutar
su tan ansiada venganza. A pesar de todo, y sin ella saberlo, en mi mente quedo
impreso el nombre del delator y su ubicación en Toledo.
-¿En qué lugar de Toledo habita tu delator y
cristiano viejo? – no me resistí a preguntar.
-En la Cerca de Santo Tomé, en la judería
vieja – respondió con desgana y un mohín de disgusto, añadiendo con cierto
enfado – Aunque no sé qué pueda importaros todo ello. Ambos sois de la misma
casta, hidalgos y caballeros... perro no come perro, por
lo tanto, yo bien sé que entre nosotros dos, jamás para realizar mi venganza
que es mi perenne sueño, nos pondremos vos y yo de total acuerdo.
-Tras la delación ¿qué pasó luego?
-Pasó que todos nosotros fuimos presos en una
cárcel secreta en Toledo. Mis padres interrogados, torturados, ancianos ya e
indefensos, hacer por mí poco pudieron , a mi vez prisionera en una pestilente
mazmorra plagada de ratas y de excrementos. Una noche acercóse el delator con el ánimo de poseerme aunque fuese en el mismo suelo.
Bien pagado estaba el carcelero, que franca dejó la entrada al maldito
cristiano viejo. Allí mismo me violó salvajemente, rompiendo
mi virginidad y mi alma al mismo tiempo. Después ya nada fue igual. Habiendo
sido por él, entregada al carcelero, éste y los mismos frailes más de diez veces
al día violaron mi desvalido cuerpo. Mi inocencia y mi virtud quedaron para
siempre rotas, entre aquellos muros
de una cárcel de Toledo......
Quedé como petrificado, oyendo aquel
desafuero. Por mi mente pasó rauda la acción de un castigo bien severo, aplicando
cruel venganza contra el delator, los frailes y el carcelero, y todo ello sin ningún remordimiento. Y aun estando como
estaba de mi mano muy lejana la
Inquisición de Toledo, en mi interior me juré que algún día,
sin aviso previo, su cárcel asaltaría y de un tajo cortaría la garganta y los
cuellos de un malnacido, de frailes y carcelero. Y tras los tajos, al Tajo, sin
pensar arrojaría los cuerpos de aquellos malditos perros.
-Estáis muy pensativo, don Luis. ¿Os afecta
cuanto os cuento?
-Es curioso – respondí – Cuando tú te hallabas
presa, hallábame yo en Toledo, según creo. De haberlo
yo sabido, de tu situación y causa, en ellas hubiera intervenido y de ser posible, os hubiera defendido.
-¿Hubierais intercedido por una
desconocida?...Eso me suena a lisonja, don Luis.
-No ha lugar a lisonjas, Raquel, que desde que
entré a formar parte del maldito Santo Oficio siempre tuve a bien actuar como
mi conciencia dictaba, y mi conciencia siempre estuvo a favor del desvalido. Y
en cuanto a mi afectación, sin duda ahora te manifiesto que me avergüenzo de
pertenecer en parte, a esa Iglesia y a ese Clero, violador de las conciencias y
de femeninos e indefensos cuerpos.
-Entonces y según veo, – suspiró aliviada –
vos no sois un buen fiscal al servicio del Santo Oficio, ni tan siquiera del
Reino.
-Ni deseo serlo. Sólo me valgo del cargo.
-¿Con qué fin?
-Las preguntas las hago yo. Tú tan sólo habla,
y presto.
-Sois un tanto misterioso y excesivamente
cruel, según mi corto entendimiento. Pensad que una mujer como yo, aunque puta
por supuesto, sólo ansía complaceros... ¿Os agrada mi pecador cuerpo?... ¿No
deseáis poseerlo y que sea por siempre vuestro?...Sí así es, os juro por ese
Dios que creó el Universo, que os sería siempre fiel como una perra en perpetuo
estado de celo.
-Ni tú eres una perra, ni yo un rufián que
desee aprovecharse ni de tu celo, ni de tu cuerpo. Por lo tanto, oculta tus
pechos, bájate la saya y disimula el vello que aflora entre tus piernas, que
tal ostentación ninguna mella hace en mi cuerpo. Es más, ningún deseo carnal
hacia ti yo tengo.
-Siempre llego tarde al hombre que yo deseo –
casi sollozó.
-¿Acaso te agrado yo?
-Por vos don Luis, enloquezco. Vuestra mirada
penetra en mi alma y me transporta hasta el cielo. Deseo que seáis mío antes
que Dios me llame y se destruya en la tierra para siempre mi cuerpo.
-Descuida, mujer, que antes de llegar tu hora
tiempo habrá para tu placentero deseo – sonreí.
-En tal caso, ¿una esperanza albergar puedo?
-De jodienda, puede. Mas no esperes de mí otra
cosa que esa fuere. Ni una palabra de amor, ¡Rediós!, que ya te dije que mi alma
tiene dueña y esa alma partirse en dos no puede, ni tampoco yo lo quiero.
-Una virgen cristiana será ella, sin duda –
suspiró resignada – Lamento deciros que yo ya no puedo ofreceros la virginidad
que me fue arrebatada, mas lo que sí ofreceros puedo es mi fidelidad hasta la
muerte, cuando mis ojos sin luz se queden, y para siempre los
cierre.
Tras sus sentidas palabras mi pensamiento voló
hacia Inés, la novicia enclaustrada, otra que sin ser virgen, cien veces
masacrada por la vida fue, y por las circunstancias debidas a su conventual
encierro.
-¿Haréis algo con respecto a mi causa? –
insistió Raquel.
-Eso, dejémoslo para luego que está por ver tu
expediente, que sin duda se hallará bien archivado y bajo llave en Toledo. Y
ahora preciso si no te importa, el nombre del carcelero, el de los frailes y
también el de todos los que te violaron luego, en la secreta cárcel de la
Inquisición en Toledo.
-Felipe el
cojo, llamaban al carcelero. Fray José de Quintanar, Fray Humberto de
Robledo y Matías el contrahecho,
inquisidores los dos primeros y torturador el tercero.
-Conozco a esa gente. Prosigue.
-¿Los conocéis? ¿Son acaso amigos vuestros?
-¡Voto a Cristo, ni por asomo! ¡Por quién me
tomas, Rediós!
-¿Entonces?
-Cruzáronse en mi vida en otro tiempo. ¿Algún
otro violador?, quiero nombres, ¡Vive Dios! que tu caso clama al cielo.
-También el alcaide de la prisión, Tomás
Lucero, entró una noche con violencia y gran pasión en mi celda y en mi cuerpo.
Azotóme sin piedad, rasgóme las vestiduras y tras arrojarme como a una perra en el suelo, me
violó sin compasión y a pesar que con mis gritos le suplicaba clemencia, me
fustigo con su vara apremiándome a la entrega de cierta fórmula, que él decía,
por ser yo bruja, bien aprendida tendría....Que siendo mis padres acusados de
judíos y también – decía – de brujería, algún filtro yo sabría que para él le
valiera enderezarle la verga, puesto que tras la coyunda, flácida se le ponía
.
-No te falla la memoria según veo. ¿Y le
entregaste la fórmula?
-Ni me falla la memoria, ni fórmula alguna
tenía.
-¿Sabes acaso de ungüentos y pócimas para
restablecer vergas?
-¿Me estáis interrogando quizá, como
inquisidor del Reino?
-No, por cierto. Simplemente, que a la memoria
me ha venido un expediente al que tuve acceso y en el que estuve inmerso. Y en
ese legajo, hoy en día archivado en un sótano del Arzobispado de Toledo, se
describe la historia de una bruja y de un judío converso que por causa de un
ungüento, primero a la cárcel fueron y a la hoguera luego con
sus huesos dieron. Si quieres te relato parte del expediente, que bien chusco
es, por cierto.
-Favor que me haréis, caballero. Contádmelo
pues sin demora.
-Quizá conozcas el caso – sugerí – Al fin y al
cabo debió ocurrir siendo tú moza en Toledo y tratábase de una bruja y de un
judío converso.
-Según vos, en aquel tiempo, Toledo estaba infectada de
brujas y de judíos conversos y por lo tanto yo, figuraría en el censo – se
irguió molesta – ¿Lo dais por hecho quizá, caballero?
-Nada de eso, Raquel. Yo no creo en brujerías,
ni en brujas ni en sortilegios. Tampoco en ti como bruja, creo.
-Entonces proseguid, os lo ruego.
-Según los escritos que guarda el legajo
inquisitorial, los hechos se desarrollaron en la llamada Casa del Duende
ubicada en la calle de las Ánimas.
-Conozco el lugar – corroboró Raquel – Años
ha, en tal casa existía una sinagoga.
-En efecto. Tratábase dicho lugar, puesto que
en él estuve para verificar ciertos hechos, – proseguí – de un sombrío caserón
que era habitado por una vieja bruja acompañada de un judío converso del cual
se decía, era su valedor y amante, amén de celoso carcelero.
-Judit se llamaba la anciana, que bruja por
cierto no era, y Simón su amante esposo, – verificó Raquel, ante mi asombro –
un buen hombre, zahorí y también recolector de sanadoras hierbas con las que
confeccionar ungüentos.
-¿Les conociste, pues?
-Sin duda, puesto que tíos míos fueron.
-¡Pardiez, qué coincidencia, prosigue,…
prosigue, presto!
-Es
vuestro turno. Proseguid vos, gentil caballero.
-Dícese en el expediente – continué – que al
caer la noche la maciza puerta de su morada se abría para dar paso a seres
calzados con pezuñas de macho cabrío y que en el interior de la casa se
celebraban infernales orgías. Lo cierto era – sigue el escrito, y cito
textualmente de memoria – que tanto la boticaria bruja como el judío converso
poseían cuantiosa fortuna amasada por la elaboración de terapéuticas pócimas y
medicinales ungüentos, con los que remendar virgos, estimular femeninas
entrepiernas y aliviar fatigadas y masculinas vergas.
-A lo largo de su vida, mis dos tíos, ni
caudales ni un mal ochavo tuvieron. Esos dos pobres ancianos más que vivir,
malvivieron, y en cuanto al macho cabrío y lo de infernales orgías, por la Virgen, tan viles mentiras
no creo. Y de remendar virgos, Judit, mi tía, es cierto que algo de eso sí
sabía. Que de honras de mujer cristiana, buena zurcidora era y muda como una
tumba, sin pregonar de quién era el virgo que recompuso en su última componenda
a cristiana casadera.
-El oro siempre ha sido un buen zurcidor de
honras, Raquel. Algún doblón digo yo, tus tíos apañarían en la faltriquera.
-Nunca fueron los cristianos, pródigos en sus
prebendas. Algún maravedí que otro para sacar el vientre de penas. Y pocas
monedas de oro, éstas sólo de higos a brevas.
-Díjose entre la gente – y puedo dar fe de
ello, ya que en el Zocodover lo oí, – que su mala suerte estuvo al servir
cierto ungüento destinado a una arzobispal verga, y que en vez de estimular su
erección, fue a proyectar el canónigo prepucio en la puñetera tierra, dejando a su propietario sin su ya decaída verga. Lo cierto fue que
tras el proceso, el pago por tal componenda se tradujo en una infernal hoguera.
El expediente acusador que se exhibió en el proceso inquisitorial, constaba, –
y vuelvo a citar de memoria – del siguiente texto atribuido tanto a la bruja
como al judío converso:
MÁGICO
UNGÜENTO PARA RESTABLECER VERGAS
Tómese un
dedal de aceite negro del candil que haya alumbrado a un difunto cristiano
viejo. Sángrese a murciélago que dormite en cueva o bodega hebrea, arránquese
la flor de la hiedra que crezca en clausura monjil severa, macháquese la
mandrágora nueva crecida bajo un ahorcado, adóbese la mezcla con medio seso de
ajusticiado, riéguese todo con el calostro de recién parida y aplíquese el
ungüento en la verga con hilachas de sudario desenterrado en Viernes Santo.
-En el texto del proceso inquisitorial –
proseguí – no consta quién fue el o la encargada de
friccionar y dar lustre a la arzobispal verga, aunque me temo fuere vecino o vecina
de pira de la boticaria bruja y del judío converso, ambos ajusticiados en la
hoguera y convertidos en chicharrones en la Plaza de Zocodover, también llamado
el lugar, mercado de las bestias.
-Bestias y más que bestias, hideputas sí que
fueron quienes los condenaron a muerte y prendieron fuego a la hoguera. ¿Por un
casual, no seríais vos uno de ellos?...Antes mencionasteis que estuvisteis
inmerso en aquel proceso...
-¡Por vida de...! No te confundas conmigo,
Raquel...que yo no otorgo la muerte y menos a quien no debo. Mi presencia en el
proceso fue debida a imperativo Real, puesto que en nombre del Rey fui a
Toledo.
-¿A qué, si puede saberse?
-Eso es secreto de Estado y tú no debes
saberlo.
-¿Quizá buscabais un mágico ungüento, fórmula
o pócima milagrosa que bien sirviera para engendrar un sano y Real heredero?
No pude evitar un estremecimiento. Aquella
mujer parecía estar al corriente de lo acaecido años antes, cuando recibí una
misiva sellada con las armas del Rey Felipe II y firmada por su secretario
Antonio Pérez, mediante la cual se me autorizaba a intervenir e investigar en
el expediente abierto por el Santo Oficio a unos brujos de Toledo.
Puede
parecer sorprendente que nuestro hoy fallecido monarca, ese rey que siempre se erigió como paladín de la
cristiandad y martillo de herejes, se interesase por temas tan poco ortodoxos
como la brujería y la alquimia cuya práctica está relacionada con la magia y el
trato con demonios. Pero lo cierto fue que durante su reinado, mientras por una
parte condenaba la libertad de pensamiento del pueblo llano, por la otra él se
permitía unas licencias y libertades que muchos de sus vasallos pagaron con su
vida en la hoguera.
El Real Mandato de Intervención que llegó a
mis manos era tajante:
"A como diere lugar – me ordenaban – debería hacerme con la copia de un expediente
abierto por la Inquisición
en Toledo en el cual se involucraba a dos judíos, brujos practicantes y
adoradores del Maligno, como autores de un delito de daños corporales infligidos al arzobispo, por razón de los cuales el citado prelado había perdido
el prepucio al no serle debidamente administrado un mágico ungüento
restablecedor de vergas, siendo al mismo tiempo, pócima ésta que aumentaba la
virilidad de quien la usare con el fin de engendrar hijos sanos y sin mácula de
enfermedad que pudiera llevarlos a la muerte en corta edad."
"En el expediente figurarán sin duda –
especificaba la misiva – toda clase de fórmulas secretas, métodos alquímicos y
procedimientos referentes, no sólo al recetario de brujería toledana usada por
los acusados, sino especificará también la fórmula secreta y la correcta
aplicación del ya mencionado ungüento. Afirmamos, no sin pruebas concluyentes,
– proseguía el texto – que dicho ungüento sabiamente administrado por las cristianas
y previamente consagradas manos de un canónigo, obrará el milagro en el cuerpo
de nuestro Rey y Señor con el fin de que nuestro amado monarca otorgue a la Corona el tan ansiado
heredero."
A pesar de sus logros, en un principio la
trayectoria dinástica de nuestro fallecido Rey no había dado los esperados
frutos. Habíase desposado con su prima María de Portugal a los 16 años pero
pronto enviudó al nacer su primogénito, el príncipe Carlos, que tras su
prematura y misteriosa muerte le dejó sin heredero.
Se convirtió entonces en rey consorte de
Inglaterra al desposar a su tía carnal, once años mayor, María de Inglaterra,
con el objetivo político de acercar
Inglaterra al catolicismo y a la Corona española, pero
tampoco con ella tuvo descendencia. Enviudó por segunda vez en 1558 y se casó
de nuevo en 1560 con la infanta francesa Isabel de Valois, que le aportó dos
hijas: Isabel Clara y Catalina. Pero ni rastro del ansiado varón que pudiera
sucederle en la Corona,
a pesar que hijos varones sí los tuvo: Carlos Lorenzo murió a los dos años y
Fernando y Diego Félix con siete. Parecía pues que la ansiada descendencia no
acababa de arraigar en Palacio.
En aquellos tiempos de incertidumbre
sucesoria, fue cuando llegó a mis manos el Real Mandato de Intervención mediante
el cual se me autorizaba a investigar en los legajos de expedientes de brujería
archivados por el Santo Oficio en los subterráneos del palacio de la
Inquisición en Toledo. Esta misión fue en verdad una labor agotadora. Tras dos
semanas escudriñando entre montones de cuartillas, muchas de ellas roídas por
los ratones, acerté a dar con el documento original correspondiente a los
brujos que prepararon el fatídico ungüento que a la postre los llevó a la
hoguera.
Localizado el expediente, ordené entonces al
archivero mayor que hiciese la correspondiente copia de toda la documentación
existente sobre el caso y que una vez concluida, fuera entregada en sobre
lacrado y sin más dilación a un correo que partiría de inmediato hacia la
Corte.
El mencionado archivero era un viejo menguado
de cuerpo y con una prominente giba que asomaba inmisericorde a lo largo de su
espinazo. Adornábase el hombre con una
raída ropilla negra y con una mugrienta gola que en algún lejano día quiso ser
blanca, y sobre la cual asomaba su ganchudo rostro picado por la viruela. A
pesar de la gibosidad, sus ágiles movimientos caminando entre montones de
legajos dispersos por el suelo, dejaban bien a las claras que sus dominios, bien
que el archivero palmo a palmo los conocía, como si en años no hubiera pisado
las calles de la Imperial Toledo.
-Muchas cuartillas y ríos de tinta voy a tener
que utilizar para copiaros ese dichoso expediente – refunfuñó el archivero al
observar con disgusto el voluminoso legajo que le planté ante su arqueada nariz
– Mucho, a fe mía, de mi escaso tiempo.
-No me vengáis con excusas y aligerad con la
pluma y presto, que en la Corte esperando están esa copia y de no tenerla a
tiempo, puede que vos dejéis de ser archivero – le apremié – Y no me vengáis
con más cuentos.
-¡Já!, de sobra conozco el expediente – sonrió
al leer la primera cuartilla – Esa jodida fórmula la tiene medio Toledo. Habrá
sido usada mil veces, más o menos.
Observé al viejo con cierto enojo no exento de
repugnancia. Aquella corcovada rata de archivo apestaba a suciedad, a más de
desprender un tufo con evidentes signos de estar emparentado con Baco, tal era
el pestazo a vino que desprendía todo su ser. Sus puercas y engarfiadas manos
estaban pringadas de tinta acumulada durante meses, y por su cuello y orejas
asomaba una roña que amenazaba convertirse en
sarna.
-De vez
en cuando haríais bien en utilizar un poco de agua para vuestro aseo en vez de
tanta tinta, archivero, ¡Vive Dios! que apestáis como un jodido cerdo, –
exclamé molesto.
-Utilizar el agua con exceso es propio de moriscos, marranos, y de judíos confesos, mas no de cristianos viejos, no sé si lo sabéis,
caballero – me respondió sin dudar.
-Apremiad con la copia y dejaos de simplezas.
Y por cierto; ¿Cómo es eso que de este expediente tiene copia medio Toledo?
-Del expediente, no tal. De la fórmula sí, por
cierto. Muchas vergas se han lustrado usando el descrito ungüento.
-¿Y qué hay del tal ungüento? ¿Es efectivo
quizá? – inquirí, escéptico.
-Algunos así lo afirman y otros, tras
utilizarlo, lo niegan luego. Lo que no es menos cierto, que muchas tumbas se
han abierto en busca de un sudario con el que aplicar el ungüento, y vacíos de
aceite negro se han quedado los candiles que alumbraron a difuntos cristianos
viejos. Cabezas de ajusticiados se han pagado a muy buen precio para sacarles
los sesos, y calostros de recién paridas, de sus pechos han brotado cual
manantiales de leche, en toda la ciudad de Toledo.
-En cuanto a mandrágora nacida bajo un
ahorcado, y monjiles y trepadoras hiedras nacidas en clausuras muy severas –
prosiguió el archivero – de tales flores y plantas, bien parece que en Toledo
ya ni siquiera quedan. Y de murciélagos que dormiten en cueva o bodega hebrea,
pocos restan a fe mía, ya que huyeron espantados tras la última sangría.
-Aplicaos en la copia y procurad hacerlo sin
los renglones torcidos y con mejor trazo, pardiez, - le apremié, al observar
que debido a la cogorza matutina, cada letra era un enigma y cada línea de
escritura tomaba sobre el papel distintas trayectorias.
-Vea vuesa
merced que en Castilla nunca fue labor de hidalgos el leer con exceso, ni al
escribir hacerlo con buena letra – aseveró con énfasis, dicho lo cual prosiguió
emborronando una cuartilla tras otra.
Después de
permanecer dos días con sus noches clavado en su escritorio, el giboso
archivero me entregó la copia del expediente.
-Quisiera que
todo el esfuerzo que he tenido que realizar copiando el legajo al completo, no
haya sido en vano – suspiró, como apenado por tener que desprenderse de la
copia – Por otra parte espero que el encargado o encargada de friccionar la
cortesana verga sepa hacerlo como indica el recetario....porque supongo que el
ungüento será para aplicarlo a un miembro de la Corte, ¿no es así, caballero?
-Lo ignoro –
mentí, a tiempo que me despedía – Poco me importa de quién sea la verga a
restregar, ni la mano que lo haga luego. Quedad con Dios, archivero, y procurad
lavaros de vez en cuando, con más celo.
Aquella misma
mañana partió a galope un correo escoltado por un piquete de corchetes pertenecientes
al Santo Oficio, llegando a la Villa y Corte bien entrada la noche. Días más
tarde me enteré que la expedición había reventado cuatro caballos durante el
trayecto, pero la copia del expediente entró por el pórtico central del Alcázar
y desde allí, fue subida a toda priesa a los
reales aposentos.
Ignoro si se
aplicó bien o no el ungüento, y también desconozco si de aplicarse, hizo el
deseado efecto. Lo que sí me consta es que pasado un tiempo, Ana de Austria, veinte
años menor que el Rey, aportó por fin a la Corona un heredero varón, el hoy Rey
Felipe, también llamado, el Tercero.
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